
¿Qué pensaban los clásicos rusos sobre… el TÉ?

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Beber té en cualquier situación

Antón Chéjov se consideraba un experto en el arte de tomar té. Desde Mélijovo, cerca de Moscú, escribió a su hermano: “Por ahora, todo va bien en nuestra casa. Todos están bien. Nos visitan aristócratas, por ejemplo, Malkieli. Aquí se sirve el té, como en las buenas casas, con servilletas”.
Al hacer escala en Tomsk durante su viaje a Sajalín, Chéjov se quejó en una carta a sus seres queridos por la falta de su bebida habitual. “Aquí beben té de ladrillo. Es una infusión de salvia y cucarachas… Por el sabor y por el color… no es té, sino vino Matrasin. Por cierto, me llevé de Ekaterimburgo 1/4 de libra de té, 5 libras de azúcar y 3 limones. No fue suficiente el té y no había dónde comprarlo. En puebluchos miserables, incluso los funcionarios beben té de ladrillo y en las mejores tiendas no tienen té más caro de 1 rublo 50 kópeks la libra. Tuve que beber salvia”.
Solo después de llegar a Irkutsk, Chéjov admitió aliviado: “Bebí un té excelente, después del cual sentí una grata excitación”. Y añadió: “El té en el camino es una verdadera bendición. Ahora conozco su valor y lo bebo con ganas <…> Calienta, ahuyenta el sueño; con él se come mucho pan y, a falta de otra comida, hay que comer pan en grandes cantidades <…> Bebes té y hablas con las mujeres…”

“Pensé que, cuando estuviera en Moscú, pediría un viaje de trabajo a Georgia, a las plantaciones de té. El té es mi alegría y, quizá, de su crecimiento y de sus hojas extraeré la suma de impresiones que me dará la oportunidad de escribir un ensayo sin mentir”. Alexánder Grin, autor de Velas escarlata, empezaba el día con esta bebida vigorizante y la consideraba una “herramienta auxiliar de trabajo”. Prefería el té del samovar y, cuando fue difícil conseguirlo, los vecinos de Stari Krim acudieron en su ayuda. Al enterarse de que el escritor estaba gravemente enfermo, comenzaron a llevarle té: un poco cada vez, a veces unas cucharaditas, para complacerlo.

Para Mijaíl Bulgákov, el té era un recuerdo de otros tiempos. “Y así caminé por Kuznetski Most, como lo había hecho decenas de veces en los recientes días de invierno, entrando en diferentes tiendas. Tenía que comprar esto y aquello. Por supuesto, compré la inevitable botella de vino blanco y media botella de amargos rusos, pero, por alguna razón, estuve especialmente dubitativo cuando compré té”. Y escribió a su madre: “Mi recuerdo más agradable últimamente es, ¿adivinas cuál?, cómo dormía en tu sofá y bebía té con bollos franceses. Daría mucho por poder tumbarme así otra vez al menos dos días, bebiendo té y sin pensar en nada. Estoy tan cansado”.
Ceremonia del té a la rusa

Fiódor Dostoievski, autor de Crimen y castigo, amó el té desde joven y, siendo estudiante, escribió una vez a su padre: “¡Bueno, si bebes té, no te morirás de hambre!”. Prefería el té negro fuerte y dulce (“casi como cerveza”, según su esposa, Anna Dostoievskaia) y no se ponía con un manuscrito sin él. A menudo trabajaba de noche y, entonces, el samovar se mantenía especialmente caliente para el escritor. Gran amante de lo dulce, Dostoievski tenía siempre un armario especial lleno de “pastila blanca, miel…, mermelada de Kiev, chocolate (para los niños), pasas azules, uvas, pastila roja y blanca en barritas, marmelada y también gelatina de frutas”.
Él mismo preparaba el té e incluso tenía una cucharilla especial, la llamada “cucharilla de papá”. “…a menudo sucedía que se llevaba un vaso a su despacho y volvía otra vez para llenarlo o rebajar el té. Aseguraba: ‘Sirves el té, parece de buen color, pero, cuando lo llevas al estudio, el color ya no es el mismo’”.
Momentos de felicidad

“Bebo un té maravilloso por la mañana, con maravillosos pretzels, en grandes y maravillosas tazas inglesas; también tengo una lámpara en la mesa. En una palabra, soy feliz y, con un placer tembloroso, secreto y extático, disfruto de la soledad y trabajo, trabajo mucho”. ¿Quién no querría empezar así su jornada de trabajo, como Iván Turguénev?

“Me levanté temprano, bebí agua, me bañé, bebí té y no hice nada hasta el almuerzo”, escribió Lev Tolstói en su diario. El autor de Guerra y paz consumía té en cantidades increíbles: podía beber hasta cinco litros al día (¡unas 25 tazas!). Tolstói admitía: “El té libera aquellas posibilidades que yacen dormidas en lo más hondo de mi alma”.