
¿Por qué Lev Tolstói se fue de casa justo antes de morir?

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Su partida de casa se venía gestando desde hacía mucho tiempo. El viejo Tolstói vivió como nunca quería vivir. Quería vivir de forma sencilla y tranquila, en algún lugar en silencio, en las afueras, entre la gente corriente, ganarse el pan con el oficio, mantener conversaciones en voz baja y no ser una carga para nadie. Pero -aristócrata de nacimiento, escritor por vocación, cabeza de una enorme familia, propietario de la hacienda, que pesaba sobre él como una carga- no vivía por elección, sino por la inercia de las circunstancias.
Víctima de la publicidad

Y las circunstancias convirtieron al viejo Lev en la primera estrella de toda Rusia, en el actual y el peor sentido de la palabra. Los reporteros vigilan cada su movimiento, sus admiradores, la gente necesitada vienen a verle, le llegan cientos de cartas, y lo que es peor, el círculo íntimo -parientes y amigos, personas afines y ayudantes- nunca le dejan en paz.
Tolstói es el primer mártir y rehén de su estatus, obligado a vivir bajo la atenta mirada de millones de ojos. Si vive un drama espiritual, sufre de una enfermedad corporal, si tiene un conflicto con su mujer... todo se convierte en objeto de interés por parte de corresponsales; amigos y parientes lo escriben en sus diarios, se lo leen unos a otros, lo transmiten a los demás, los discuten y los difunden por todo el mundo.

Tolstói, que sufría mucho viendo cualquier injusticia social, ya en 1894 renunció a la herencia y a los ingresos de los libros publicados después de 1881, año en que cambió su visión del mundo.
Él mismo explicó su partida por el hecho de que no podía tolerar más su existencia social en Yásnaia Poliana y su posición señorial: había pobreza en todas partes, mientras él vivía su mansión y un siervo le servía la cena.
Lucha por el legado de Tolstói

Pero mucho más le deprimía la lucha cruel y sin sentido que desató entre su esposa y sus discípulos por el destino de su legado creativo.
Sus parientes y amigos, con pocas excepciones, se comportaban como si ya estuviera muerto: luchaban por un lugar en sus memorias, discutían a quién deberían pertenecer los diarios y borradores originales, introducían algunos cambios en sus diarios y repartían su herencia y el legado. Los dos polos opuestos de este drama fueron su esposa Sofía Andréievna y Vladímir Chertkov, amigo y secretario de Tolstói.
De carácter suave, cortés y reflexivo, Tolstói se posicionaba del lado del uno (por ejemplo, ante la insistencia de su mujer no veía a su amigo), y luego del lado del otro (y ante la insistencia de su amigo escribió un testamento a escondidas de su mujer). Y sufría después, y se acusaba a sí mismo de haber obrado mal, su mujer y su amigo también sufrían, todo el mundo sufría.
Enfado de la esposa
¿Podemos culpar a Sofía Andréievna de su estado psíquico en la vejez? Diecinueve embarazos, seis de sus trece hijos murieron pequeños. Y todavía era necesario vivir al lado del genio, para cumplir con sus exigencias increíblemente altas, perdonar ofensas, administrar el hogar y seguir trabajando en casa.
Al mismo tiempo, la tragedia familiar de un anciano acorralado se convirtió en una gran noticia para la prensa.
Cuando un hombre de 82 años, que necesita ayuda y cuidados, se escapa de su casa en una oscura noche de otoño, casi sin dinero, en secreto, tras haberlo acordado con personas leales que incluso sus cartas irán firmadas como "T. Nikoláiev", tiene que estar muy mal.
Esconderse en un lugar tranquilo (y en soledad aclarar su compleja relación con la vida y con Dios, prepararse para la muerte) el principal acontecimiento de la vida... Pero no pudo encontrar soledad en ninguna parte.
Huyó para morir en paz

Tan pronto como salió de Yásnaia poliana, empezó a ser reconocido por los transeúntes, las camareras, los empleados del ferrocarril; su ruta pronto se hizo evidente y los periodistas siguieron su rastro. Se quedó muy poco tiempo en el monasterio de Shamórdino, en casa de su hermana, que vivía allí como monja, y dejó que su alma descansara un poco; esperaba encontrarse con el anciano Iósif de Óptina pustin, pero no fue posible. Tampoco pudo quedarse viviendo en el monasterio, como lo deseaba.
Y el inquieto conde, impulsado por el anhelo, continuó su viaje. Tolstói estaba resfriado, enfermo, y no sabía adónde ir. El doctor Makovitski dijo más tarde que incluso pensaron en ir a Odesa, y de allí a Constantinopla, - pero Lev bajó en Astápovo, ya enfermo, con fiebre, impotente. Menos mal que el jefe de estación le cedió su casa, de lo contrario, Tolstói moriría no sé sabe donde.

Y los periódicos seguían la gran partida de un gran hombre, buscaban el significado simbólico de su viaje, y Rusia lo leía horrorizada y llena de admiración, mientras en casa la esposa desconsolada y los hijos, que no saben qué pensar, estaban frenéticos.
Sólo pidió que le dejaran en paz, que no le dieran medicinas, que no le inyectaran morfina, que le dejaran marchar. Así murió Tolstói, en una estación lejana, bajo el objetivo de las cámaras.
Este es un fragmento del artículo publicado en ruso en la revista 'Russki Mir'. Puedes ver la versión completa aquí.