Así fue cómo Voltaire y Diderot ganaron dinero gracias a la emperatriz rusa
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Jean-Jacques Rousseau cobraba una pequeña pensión vitalicia de Carlos Federico, margrave de Baden. Jean le Rond d’Alembert obtenía una pensión del rey Luis XV. Sin embargo, los campeones en el intercambio de ideas por dinero fueron Denis Diderot y Voltaire. Ambos mantenían contactos regulares con la emperatriz rusa Catalina II, quien los recompensaba no solo con su respeto, sino también con dinero contante y sonante.
En 1765, Catalina II compró la biblioteca de Diderot por 15.000 libras y le permitió conservarla como bibliotecario vitalicio, con un salario anual de 1.000 libras. En 1773, Diderot viajó a San Petersburgo y pasó varios meses conversando diariamente con la emperatriz. En esas charlas, criticó con vehemencia la servidumbre y, en general, el régimen de Catalina. Sin embargo, la emperatriz deseaba mantener la imagen de monarca ilustrada, por lo que soportó las críticas, le pagó los gastos del viaje y le regaló un anillo con diamantes que el filósofo conservó como una reliquia hasta su muerte. Diderot insistía en que había vendido sus libros, no a sí mismo. Y aunque en sus mejores años tuvo ingresos propios de un burgués acomodado, nunca logró ahorrar mucho: gastaba generosamente ayudando a otros filósofos, publicando libros y manteniendo a su hija, que era monja.
Mucho más flexible fue el filósofo Voltaire, lo que se tradujo en una riqueza considerable. Aceptaba dinero de los reyes Federico II de Prusia y Luis XV de Francia, que luego invertía en sus propios negocios. Pero su mecenas principal fue la emperatriz rusa Catalina II. Su correspondencia duró más de quince años, y los pagos representaron casi la mitad de los ingresos del filósofo. Además, Catalina le transfería grandes sumas y periódicamente saldaba sus deudas, las cuales, pese a sus elevados ingresos, el filósofo no paraba de acumular. A cambio, Voltaire se encargaba de gestionar las relaciones públicas de la emperatriz en Europa: la llamaba "la filósofa en el trono" y apoyaba su política exterior. En 1778, tras la muerte de Voltaire, Catalina compró su biblioteca a los herederos por 135.000 libras (el equivalente al presupuesto anual de una pequeña ciudad).