¿Por qué fue tan difícil para la URSS la guerra contra Finlandia?
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El 12 de marzo de 1940 terminó la Guerra Soviético-Finlandesa, conocida como la Guerra de Invierno. Como resultado, la URSS logró en gran medida sus objetivos.
La frontera se desplazó decenas de kilómetros lejos de Leningrado (ahora San Petersburgo). Moscú también obtuvo el derecho a establecer una base naval en la península de Hanko, lo que le permitió tomar el control del golfo de Finlandia.
Al mismo tiempo, la victoria tuvo sus consecuencias negativas. La campaña militar, que prometía ser un paseo, se convirtió en una prueba severa para el Ejército Rojo.
Los combates se prolongaron durante todo el invierno. Las Fuerzas Armadas Soviéticas perdieron finalmente a más de 126.000 soldados, entre muertos, desaparecidos o fallecidos por heridas. Las pérdidas finlandesas ascendieron a unos 26.000 hombres.
El prestigio militar de la URSS sufrió un duro golpe. Después del final de la guerra, Hitler calificó a la Unión Soviética como “un coloso con pies de barro”.
Las principales razones de esta situación fueron la actitud despectiva del liderazgo militar y político del país hacia la pequeña Finlandia y la falta de preparación adecuada para la campaña militar.
“No estudiamos lo suficiente a Finlandia en tiempos de paz, no la estudiamos adecuadamente. Durante los ejercicios previos a la guerra, todo nos resultó muy fácil, llegamos a Víborg en un abrir y cerrar de ojos, con una pausa para almorzar”, afirmó Serguéi Semiónov, el comisario militar del 50º Cuerpo de Fusileros, después de la guerra.
El mando soviético subestimó las peculiaridades del teatro de operaciones militares. Las tropas tuvieron que avanzar a través de densos bosques por caminos estrechos, formando columnas largas y mal controladas. En tales condiciones, era difícil usar tanques y la ventaja en artillería pesada se redujo casi a cero.
“Los finlandeses se retiraron de manera organizada, sin dejar nada, ni vivo ni de valor, que pudiera ser útil para el ejército. No vi a un solo finlandés, no dejaron ni una cabeza de ganado o ave, lo único que quedó intacto fueron los edificios”, recordó el médico Borís Feoktístov.
Las columnas de las tropas soviéticas se convirtieron en presas fáciles para los móviles destacamentos de esquí del enemigo, que aparecían repentinamente desde el bosque, asestaban una serie de golpes contundentes y se retiraban rápidamente.
“Luchaban con habilidad y ferocidad. Y, lo más importante, esquiaban rápidamente y eran simplemente esquivos. Cuando los encontrábamos, los perseguíamos. Pero, cuando llegábamos, los ‘cucos’ (francotiradores) permanecían en los árboles y nos disparaban por detrás…”, recordó el soldado de infantería Konstantín Aléinikov.
Al mismo tiempo, el Ejército Rojo prácticamente no contaba con unidades de esquí al comienzo del conflicto. Estas comenzaron a crearse activamente a principios de 1940, pero el nivel de entrenamiento de dichas unidades dejaba mucho que desear.
Mientras que en el istmo de Carelia las tropas soviéticas intentaban sin éxito romper la línea defensiva Mannerheim, cuya resistencia fue una sorpresa extremadamente desagradable para ellos, en la región de Ládoga y en el norte de Finlandia, regimientos e incluso divisiones enteras quedaron atrapadas en “calderos”.
En fuertes heladas, muchos de los soldados del Ejército Rojo, vestidos ligeramente, murieron de congelación. “La gente llegaba con calzado inadecuado, incluso con botas rotas”, informó el teniente general Vladímir Kurdiúmov, comandante del 15º Ejército, al alto mando.
La preparación combativa del personal también era baja. “Nuestros soldados a menudo no tenían suficiente conocimiento sobre el equipo y las armas. Tuvimos que entrenar a los combatientes durante la guerra para que dominaran una ametralladora pesada, una granada de mano, una ametralladora ligera”, afirmó el coronel general de artillería Vladímir Grendal.
Durante los combates, se revelaron serias deficiencias en el mando de las tropas. En una reunión con Stalin en abril de 1940, el futuro mariscal Kirill Meretskov se quejó de que el avance a menudo ocurría sin un reconocimiento preliminar cuidadoso, de inmediato y en masa en formación extendida, lo que provocaba grandes pérdidas.
Las tropas soviéticas tenían muy pocos subfusiles y morteros. Antes de que los finlandeses demostraran su alta efectividad en combate, estos habían sido subestimados.
Así describió uno de los combates el comandante de división Mijáil Kirponos, al mando de la 70ª división de fusileros: “El enemigo está cubierto, es difícil alcanzarlos con fuego y ellos golpean a nuestra infantería con fuego automático y de mortero, ya que no estábamos cubiertos por nada y avanzábamos sobre hielo, con una capa de nieve de hasta 50 centímetros o más”.
En marzo de 1940, a costa de grandes esfuerzos, el Ejército Rojo logró poner fin al conflicto.
Inmediatamente después de la guerra, el liderazgo militar y político del país, encabezado por Stalin, estudió detenidamente las amargas lecciones de la confrontación con Finlandia. El Ejército Rojo comenzó de inmediato transformaciones a gran escala que continuaron hasta la invasión de la Alemania nazi en el verano de 1941.