Así se estrelló la paracaidista soviética más valiente
“Dicen que soy valiente. No me da miedo salir de noche. Nunca me ha dado miedo el agua. Puedo saltar y nadar en cualquier lugar desconocido”, así escribió sobre sí misma Liubov Berlín, una de las mejores paracaidistas soviéticas, y probablemente la más audaz entre ellas.
Liuba (diminutivo de Liubov) realizó su primer salto a los diecisiete años, y desde entonces el cielo se convirtió en su segundo hogar. Más de una vez se encontró al borde de la muerte: aterrizó en árboles y tejados de casas e incluso sus eslingas se engancharon a un rascacielos. Pero cada vez volvía a subir al cielo.
A la chica le gustaban, sobre todo, los saltos largos desde una altura de 3.000 o 5.000 metros, cuando podía pasar un tiempo en caída libre y después abrir el paracaídas. Era extremadamente peligroso: si un atleta cuya velocidad aceleraba, “se pasaba”, corría el riesgo de perder la orientación en el espacio, entrar en barrena y estrellarse contra el suelo.
La atleta batía récord tras récord, y su nombre no abandonaba las páginas de los periódicos. En 1935 se convirtió en la primera mujer del mundo que saltó en paracaídas desde un planeador.
El 26 de marzo de 1936, Berlín se preparaba para su salto número 50 en el aeródromo de Liúbertsi, cerca de Moscú. Su tarea consistía en saltar desde 5.000 metros, caer durante 80 segundos y abrirse a una altura de 1.000 metros.
Su amiga, la paracaidista Tamara Ivánova, saltó junto con Liuba. Las deportistas decidieron arriesgarse y batir un nuevo récord.
Tiraron de las anillas con 12 segundos de retraso a una altitud de sólo 200 metros del suelo. Sus paracaídas no se desplegaron completamente y ambas murieron.
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