Un científico uruguayo de adopción
“El porvenir y la felicidad de la nación dependen del conocimiento que sus hijos tengan del suelo que habitan y de sus posibilidades”. Esta afirmación de Jorge Chebataroff resume la esencia de su forma de vida y de cómo la aplicó en Uruguay, su país de adopción.
Chebataroff había llegado con cuatro años a Uruguay desde el Cáucaso (Imperio ruso). “Mis abuelos formaban parte de una comunidad religiosa que tenía la intención de emigrar a una tierra que consideraban libre y próspera, es decir, Estados Unidos”, cuenta su hijo Fernando. Pero, por desgracia, no pudieron llegar a su destino, ya que uno de los integrantes del viaje usurpó los recursos al resto, por lo que acabaron radicándose en Uruguay. “En esa época Uruguay se promocionaba como un lugar con tierras disponibles para la colonización agraria”, dice Fernando.
Pasión por la naturaleza
Los primeros años de su vida en Santa Adelaida, en el departamento de Flores, lo pusieron en contacto con la naturaleza. Después en Montevideo, se licenció en Geografía. A partir de entonces, toda su vida estaría volcada en el estudio del entorno natural uruguayo que aplicaría desde su posición de profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias.
Comenzó a explorar todos los rincones del territorio nacional: las sierras de Mahoma, las barrancas de Mauricio, el Cerro del Penitente, el Cerro de las Ánimas, el cerro Arequita, Villa Serrana, el arroyo Catalán Chico o Pajas Blancas. En esas excursiones entendió la importancia del conocimiento del territorio: “Cuesta creerlo, pero en la época en que vivimos no conocemos aún nuestra tierra en la medida necesaria. Especulamos, sin embargo, con gran soltura sobre las posibilidades económicas del país, olvidando que para esto es necesario su conocimiento físico y biológico”, decía el geógrafo. Y a eso añadía la importancia de la educación: “Nadie puede pretender llegar a conocer al Uruguay por el simple recitado de sus ríos y sus cuchillas o por la inspección de las estadísticas referentes a su comercio de importación y de exportación”.
Para su hijo Fernando, “su forma de enseñanza escapaba a los cánones consolidados”, lo que despertó reacciones de desaprobación entre algunos docentes. “Adoptar su estilo implicaba una tarea muy ardua. Es más fácil sentarse en un escritorio y exponer conocimientos teóricos que hacer representaciones gráficas complejas en el pizarrón, organizar visitas, cargar muestras diversas, mapas, proyectores...”.
Su hijo incluso lo acompañaba con frecuencia en las excursiones que organizaba con los alumnos y era habitual que su padre le pagara el asiento en esos viajes. “A medida que pasa el tiempo no dejo de impresionarme por todo lo que aprendí de estos viajes de estudio”.
Primer ecologista
Otra de las grandes aportaciones de Jorge Chebataroff fue introducir el ecologismo y convertirse en un pionero en esta materia. “En la década de 1940 aparecieron sus primeros artículos en el suplemento dominical del diario El Día, centrados en el tema de la conservación con una visión acorde a la visión conceptual actual”, explica Fernando. Pero más importantes fueron las aplicaciones prácticas de sus enseñanzas, ya que “diversos ganaderos y agricultores han puesto en práctica técnicas de explotación de los recursos acordes a consejos proporcionados por él en el sitio mismo donde se desarrollan las actividades”.
“En la actualidad, nadie cree que los recursos de la Tierra sean inagotables. Quitamos a la naturaleza lo que necesitamos, pero no lo reponemos y, por ignorancia e imprevisión, no damos tiempo para que la naturaleza por sí sola pueda reconstituir lo que le hemos quitado”, explicaba Chebataroff en los años 40 del siglo pasado, cuando se tiende a creer que son ideas mucho más recientes.
Sus éxitos en materia científica no se vieron recompensados económicamente, e incluso su hijo se jacta de que jamás se arrepintió de no haber hecho fortuna. Incluso llegaba a autofinanciarse los estudios que llevaba a la práctica. Así, aunque en la facultad había partidas presupuestales para publicaciones, en varias ocasiones terminó aportando parte de los recursos requeridos con ingresos propios, que siempre estuvieron limitados a la actividad docente. “Llegó al extremo de comprar libros para la facultad con sus propios recursos”, cuenta Fernando.
Tras su muerte en 1984, su hijo Fernando donó una parte de las publicaciones de su padre al Museo Nacional de Historia Natural. Una segunda tanda de publicaciones fue entregada al Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay que, desgraciadamente, fue cerrado de forma abrupta. A partir de ahí los documentos donados fueron pasando por sucesivas mudanzas. Actualmente, es difícil encontrar todas sus publicaciones reunidas en un solo lugar.
Para Fernando, el mayor legado del profesor Chebataroff se resume en una de sus frases: “El porvenir y la felicidad de la nación dependen del conocimiento que sus hijos tengan del suelo que habitan y de sus posibilidades”.
Todavía hoy se lo recuerda “por la forma en que dejó su huella en la formación, por el entusiasmo con que lograba mantener la atención de su público durante horas y sin aburrir”, sentencia Fernando.
En el año 1999 se emitió un sello del correo uruguayo dedicado al científico de origen ruso que se convirtió en uno de los primeros ecologistas de su época.
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