
Una joya neoclásica en Montevideo: la historia de la Embajada de Rusia en Uruguay

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Un conde en el sur
Darnaud, nacido en Argentina entre 1863 y 1869 (nunca reveló su fecha exacta), descendía de los nobles franceses d'Arnaud, quienes huyeron de Francia tras la Revolución de 1789. Desde joven fue educado en Marsella, en un colegio jesuita, y regresó a Sudamérica con una profunda admiración por el arte y la cultura europea. Fue empresario, financiero, jugador de bolsa con un talento inusual y benefactor. Su fortuna creció velozmente y su nombre quedó ligado al esplendor económico de principios del siglo XX en el Cono Sur.
A principios de 1900, Montevideo atravesaba una etapa de transformación. Gracias a las exportaciones de carne, lana y cuero a Europa, los empresarios locales impulsaron una auténtica revolución estética: invitaban a arquitectos y artistas europeos, importaban obras de arte y construían palacios como los de París, Roma o Madrid. Darnaud, por supuesto, no se quedó atrás.

Una residencia para la historia
En 1926, Fernando Darnaud encargó la construcción de una nueva residencia familiar en el entonces suburbio de Pocitos, muy cerca de la rambla y de la playa. El proyecto fue diseñado por el arquitecto Horacio Azzarini y ejecutado por el ingeniero José Figueroa. Un año después, en 1927, la casa estaba lista.

Se trataba de un edificio majestuoso de estilo neoclásico italiano, con toques modernistas. Su fachada simétrica, las columnas, el balcón solemne y el mármol traído desde Italia dejaban sin aliento a los visitantes. Pero más asombroso aún era el interior: calefacción central (que aún funciona), baños modernos para la época, teléfonos internos, gimnasio con ring de boxeo, sala de cine, mesa de billar traída desde Inglaterra.

Las chimeneas decorativas, que escondían calefactores, mostraban su obsesión por la elegancia incluso en los detalles más prácticos. Y todo estaba hecho con materiales de primera calidad y la participación de artesanos uruguayos expertos, cuyas firmas aún se conservan en etiquetas y muebles.

Una galería de arte viviente
El salón principal, decorado al estilo del bajo Renacimiento, incluye obras del pintor italiano Domenico Giordone, encargado por el propio Darnaud para crear tapices y pinturas con temas mitológicos. Arañas de cristal, vitrales, mármol, bronce trabajado, muebles estilo Luis XV, esculturas de bronce, cabezas de mármol, porcelana japonesa: la residencia era una galería de arte habitable.

En el comedor, la calidez de los tonos rojos y el mármol egipcio tallado en chimeneas y dressoirs daban lugar a un ambiente acogedor y señorial. Se sumaban espejos, relojes ingleses, cuadros de artistas nacionales y extranjeros, muchos de los cuales formaron parte de un histórico remate en Montevideo tras la muerte de la viuda de Darnaud en 1971.

De residencia privada a sede diplomática
Tras años de veraneo familiar (la casa se usaba solo en enero y febrero), Darnaud decidió alquilarla. En 1944, en un gesto que generó asombro y comentarios en la prensa, la arrendó al gobierno de la Unión Soviética, apenas se restablecieron las relaciones diplomáticas con Uruguay. En 1955, el Estado soviético compró la propiedad, convirtiéndola oficialmente en su embajada.
Desde entonces, el edificio ha conservado buena parte de su estructura y decoración original. Durante décadas ha sido escenario de recepciones, encuentros políticos y culturales, y visitas oficiales.

Un jardín entre mármol y jazmines
Aunque hoy el entorno urbano ha comprimido el espacio, el jardín de la embajada sigue siendo un oasis. Allí sobreviven esculturas traídas de Italia, bancos de mármol, y cerca de 70 rosales que florecen todo el año, además de limoneros, granados, palmas, jazmines y azaleas. Los abedules no resistieron el viento salino, pero dos cipreses esbeltos aún flanquean con dignidad la entrada principal.
Patrimonio de todos
El edificio fue declarado patrimonio histórico del Uruguay y representa no solo un momento esplendoroso de la arquitectura montevideana, sino también un símbolo tangible del vínculo entre Uruguay y Rusia. En 1989, un equipo ruso restauró los interiores, las pinturas murales y los muebles originales. Más trabajos se realizaron en 1999 y 2000, con la misma dedicación y respeto por su historia.
Cada mes de septiembre, durante el Día del Patrimonio Nacional, la Embajada de Rusia abre sus puertas al público. Es una oportunidad única para recorrer no solo una residencia histórica, sino un testimonio vivo del intercambio cultural entre dos pueblos.