
Una espada en el corazón de La Habana: breve historia de la Embajada de Rusia en Cuba (Fotos)

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Más que una construcción, es un símbolo. Un recordatorio físico de una alianza que marcó la política y la economía de la isla durante décadas.
Un legado brutalista con acento soviético
Diseñada por el arquitecto soviético Alexánder Grigórievich Rochegov y su esposa María Alexándrovna Engelke, la embajada comenzó a construirse en diciembre de 1978, en pleno auge de la relación entre la URSS y el gobierno de Fidel Castro. Se inauguró casi una década después, en noviembre de 1987.

La sede ocupa más de cuatro hectáreas y su torre central ha sido descrita como una nave espacial, un búnker o una espada clavada en el corazón de La Habana. Su estilo brutalista, caracterizado por formas geométricas rígidas, bloques salientes, vigas visibles y pasadizos cerrados, rompe con cualquier noción de estética tropical.

A pesar de su apariencia impenetrable, el edificio fue adaptado al clima cálido de la isla. La fachada está revestida en piedra caliza cubana y su diseño incluye soluciones ingeniosas: amplias ventanas con cristal para aprovechar la luz natural, salientes que generan sombra y elementos que canalizan la brisa, creando un sistema de ventilación pasiva.

Los edificios no solo albergan oficinas: cuentan historias. La embajada rusa en Cuba es un testimonio físico de los lazos tejidos durante la segunda mitad del siglo XX, de una arquitectura que quiso imponerse sobre el trópico y de una influencia que no ha desaparecido, sino que ha mutado.

En una isla donde el tiempo parece flotar, la “espada” soviética sigue clavada en el horizonte habanero. No como una reliquia olvidada, sino como parte viva —y visible— de la historia compartida entre Cuba y Rusia.