¿Cómo es la vida en una provincia rusa? Esta familia francesa comparte su experiencia
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Acomodados entre cajas y paquetes en la cabina de un viejo Renault Megane, viajaron hacia el este dejando atrás Alemania, Polonia y Letonia. Este largo trayecto, cuyo destino final era Rusia, lo emprendieron en 2023 Davy y Delphine, sus hijos Marius y Victor y su mascota, un bulldog francés llamado Lukum. “Para mudarnos a Rusia tuvimos que meter literalmente toda nuestra vida en un coche”, recuerda Delphine entre risas.
Con el control fronterizo ya superado, el viejo Megane avanzaba con sus neumáticos de invierno hacia Moscú. La familia se detuvo en el primer pueblo para cambiar euros a rublos y estirar un poco las piernas. “Solo entonces nos dimos cuenta de que estábamos en Rusia”, recuerda Delphine. “Dachas de madera de colores, nieve por todas partes, niños abrigados volviendo del colegio, pequeñas iglesias ortodoxas, abedules y abetos… ¡era precioso!”.
Pasión de juventud
¿Por qué una familia francesa con dos adolescentes decidió mudarse a una tierra tan remota y helada? Todo se debe a los intereses juveniles de Davy. “Mi padre me preguntó si quería estudiar ruso como lengua extranjera en el liceo. ¡La idea me atrajo de inmediato! Rusia, ese territorio enorme, aparecía marcado en rojo en nuestros mapas geográficos, no sabíamos casi nada de ese país y eso me despertaba una gran curiosidad”.
Tras unos meses de intenso estudio, Davy fue invitado a participar en un programa de intercambio escolar entre Francia y Rusia. Así fue como, en 1993, acabó en la ciudad de Veliki Nóvgorod, al noroeste de Moscú.
“Recuerdo que no dormí la primera noche. Me arrepentí amargamente de mi elección <…> Pensaba en mis amigos, que habían ido a esquiar a los Alpes, y me decía que yo era el único loco que había decidido irse a Rusia”, cuenta. “Estaba tumbado en un sofá en el salón de un pequeño apartamento en el que vivía una enorme familia rusa.
No me impactó menos lo que vi en la ciudad: coches destrozados por todas partes y edificios que necesitaban reparación. Pero a la mañana siguiente ¡empezó la magia!”.
Gracias a la calidez y hospitalidad de su familia de acogida y a las amistades que forjó en Rusia, Davy pronto se sintió como en casa. “Fue un verdadero viaje iniciático, durante el cual aprendí a separar las condiciones materiales de las relaciones humanas”, dice.
Con el tiempo, a Davy le gustó tanto Nóvgorod que regresó dos veces más durante sus vacaciones de verano antes de asumir que su obsesión con Rusia era real. No sorprende que, al elegir universidad, se guiara por un solo motivo: quería estar donde vivían sus amigos rusos.
Así, eligió Comercio Internacional con especialización en Rusia. “Cuando tuve en mis manos el ansiado diploma, rechacé ofertas de empresas francesas, conformándome solo con pequeños trabajos a tiempo parcial”, cuenta. Quería trabajar en Rusia y en ningún otro lugar.
Un día, uno de sus amigos rusos le sugirió un compromiso inesperado: ir a Letonia, uno de los países postsoviéticos, para empezar a vender camiones franceses allí. Davy aceptó, y no le fue mal, porque poco después él y su entonces novia Delphine se mudaron de Riga a Moscú para expandir la empresa.
“Nos encontramos en un pequeño apartamento en el norte de la capital rusa, donde vivimos tres años felices. El negocio prosperaba y los camiones se vendían como pan caliente”, recuerda Davy.
Querían quedarse mucho tiempo en Rusia. Pero Delphine quedó embarazada y decidieron que debía dar a luz en Francia.
Dieciséis años más tarde, Davy, que para entonces ya había trabajado en muchos países, recordó sus sueños de juventud. Y su familia decidió apoyarlo. Así comenzó una nueva aventura franco-rusa que continúa hasta hoy.
La vida en el campo ruso
Una típica mañana de invierno en la acogedora casa de campo de esta familia francesa, situada cerca de la ciudad de Vorónezh (a poco más de 500 km al sur de Moscú), comienza de la siguiente manera: ¡lo primero es quitar la nieve! Los hermanos Marius y Victor palean al unísono. “Nunca había visto tanta nieve, nunca había sentido temperaturas tan bajas. Pero es una experiencia muy interesante”, dice Marius.
Más tarde, junto a su madre y las mascotas, salen a pasear por el río helado Usmanka o entre los árboles nevados del bosque cercano.
Aunque esta familia francesa lleva solo un par de años viviendo cerca de Vorónezh, ya han hecho bastantes amigos en el pueblo. “Aquí todos se conocen y a menudo se me olvida que estoy en un país extranjero”, afirma Marius.
La familia hace la compra en un pequeño mercado de la vecina ciudad de Ramón. Mientras Davy trabaja y los niños estudian en línea, Delphine se ocupa de las tareas domésticas y cocina. Ella dice haberse enamorado de la gastronomía rusa, por lo que los platos locales aparecen a menudo en la mesa familiar.
“Sonará extraño, pero cuando como comida rusa siempre siento que estoy cenando en casa de mi abuela. Los platos son sencillos, por supuesto, pero auténticos”, sonríe Delphine.
Sin embargo, dedica la mayor parte de su tiempo libre no a la casa, sino al desarrollo comunitario y, varias veces por semana, organiza un taller creativo para niños del lugar y da clases de francés.
Los fines de semana, la familia suele visitar Vorónezh, una ciudad con un millón de habitantes, rica en historia y con una infraestructura bien desarrollada.
Allí, su recorrido pasa habitualmente por lugares de interés como el Teatro de Marionetas, el Museo de Historia Local y una réplica del primer navío de línea de la flota rusa construido por Pedro el Grande.
Pero también intentan no dejar de lado los tesoros de la región. Así, ya han visitado el castillo de la Princesa de Oldenburgo y una reserva natural única especializada en la cría de castores.
“Es muy importante para mí que mis hijos puedan experimentar la doble cultura franco-rusa”, dice Davy. Delphine añade que en Rusia se sienten más libres y seguros que en ningún otro lugar. “El gran inconveniente es, quizá, la interrupción de los enlaces aéreos con Europa y el hecho de que Rusia está muy estigmatizada ahora”, admite con tristeza.
“Los rusos son un pueblo que piensa y actúa con el corazón. Siempre están dispuestos a ayudar y no son en absoluto tan rudos como los pinta la cultura de masas mundial”, concluye Delphine.