Benoît, desde Bélgica: “En Rusia me siento mejor que en Europa”

Archivo personal
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El cervecero belga Benoît De Witte llegó por primera vez a Rusia hace 20 años. Moscú lo impresionó, pero no lo conquistó del todo. En cambio, Siberia y el lago Baikal sí lo hicieron, y decidió quedarse.

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Hoy, el originario de la pequeña ciudad belga de Kortrijk, en la frontera con Francia, vive en Irkutsk. Tiene una esposa rusa, trabaja en gastronomía, tiene 13 huskies con los que sale a hacer trineo los fines de semana y está construyendo una casa a orillas del lago Baikal.

¿Cómo llegó este belga a Rusia?

Archivo personal Benoît De Witte con su esposa Tatiana y sus huskies.
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“Llegué con 27 años como un especialista formado: trabajaba en la industria cervecera, produciendo malta para la elaboración de cerveza. Si me hubiera quedado en Bélgica, con mis actuales 47 años sería un profesional consolidado. Allí la gente elige una profesión y se perfecciona en ella toda la vida. Pero yo quería ver el mundo, así que acepté una oferta para ir a Moscú, y luego me enviaron a Angarsk”, cuenta Benoît.

En Angarsk fue nombrado director de una cervecería. En sus primeros días, los lugareños lo llevaron a un lugar de poder en el Baikal, justo donde nace el río Angará. Lo que vio lo dejó maravillado:

“Había tanto espacio, tanto aire… ¡Sentí esa energía! Ahora me cuesta estar en lugares pequeños. Ya no puedo vivir en sitios densamente poblados, como Moscú, por ejemplo.”

Más tarde, Benoît empezó a viajar por Rusia (al norte, al este y a la vecina Buriatia) y comprendió qué suerte tenía de estar allí y la magnitud del milagro natural que es el Baikal.

Aprender ruso en la taiga

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Siberia recibió al belga con los brazos abiertos, pero en Angarsk nadie hablaba inglés ni francés, y Benoît apenas sabía unas palabras en ruso. Tuvo que aprender el idioma a marchas forzadas.

Empezó a salir al bosque con los siberianos, a pescar y convivir con ellos. Pronto entendió lo fuertes que son esas personas: viven del desafío y temen poco. Ahora él mismo disfruta salir a la naturaleza con solo una tienda de campaña.

“Mucha gente cree que la previsibilidad y la comodidad belga son lo ideal. Pero a mí me gusta que la vida tenga más impulso. Salir de mi zona de confort es mi aventura favorita. Por eso vivo junto al Baikal.”

Cómo consiguió sus huskies siberianos

Durante sus años en Rusia, Benoît se casó con una mujer rusa y… adoptó 13 huskies, que tiran de su trineo con alegría en pleno invierno.

“Nos mudamos a una dacha fuera de la ciudad. Y allí, por alguna razón, volvieron recuerdos de mi infancia: de niño soñaba con tener un husky, me fascinaban, me parecían lobos buenos.”

Así, hace ocho años llegó su primer husky, Sam. Luego, unos criadores le ofrecieron dos más… y después le regalaron otros tres.

Para cuidar mejor a sus animales, Benoît está estudiando veterinaria y hasta tiene la idea de producir su propio alimento para perros.

Negocios al estilo siberiano

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En Irkutsk, Benoît es conocido como restaurador. Comenzó dando clases de cocina (le encantaba trabajar con chocolate y cerveza), luego abrió su propio restaurante y trabajó en catering.

El restaurante cerró hace dos años, ya que la mayoría de los ingresos provenían de turistas europeos, hoy escasos.

En la gastronomía rusa, Benoît se enamoró de la ensaladilla Olivier, conocida en todo el mundo como ensaladilla rusa. “¿Sabías que Lucien Olivier era compatriota mío, belga, y no francés?”, dice riendo.

También adora la sopa solianka: “Es nuestra sopa del norte. Grasa, fuerte, te ayuda a sobrevivir el invierno. Me encantan las buzi (empanadillas buriatas) y los pelmeni rusos son muy sabrosos.”

¿Qué tan “ruso” se ha vuelto el belga?

“He terminado amando este país. Para amar a Rusia, hay que entenderla, y para eso no basta con venir dos semanas; hay que vivir aquí 10, 20 o incluso 30 años. Es un país enorme, y todavía sigo descubriendo cosas nuevas. También estudio historia. ¿Por qué los europeos no entienden Rusia? Porque no la conocen.”

En Siberia, Benoît cambió: se volvió más directo y dice que empezó a pensar como los auténticos siberianos.

“A veces puede parecer un poco rudo, pero el clima aquí es tan duro que no hay otra forma de ser. Sin embargo, sé que dentro de cada siberiano hay un alma cálida y bondadosa.”

Y además, aprendió a pensar que todo es posible.

“Ayer mismo hablaba de esto con unos amigos extranjeros: en Europa, puedes decir cualquier cosa, pero no hacer nada; en Rusia, no dices nada, pero haces de todo. Allá, la democracia es así: si no te gusta el rey de Bélgica, sales con una bandera y protestas, es tu derecho. Pero, ¿de qué sirve eso para tu negocio o para tu vida cotidiana?
Yo no soy de los que hablan, soy de los que hacen “boom-boom” (dice, imitando con la mano un martillazo). Me gusta hacer más que hablar. Por eso me va mejor en Rusia.”

La versión completa de la entrevista está disponible (en ruso) en el sitio web de la revista “Nation”.