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La siega del heno en la pintura de artistas rusos

Arkadi Plastov / Galería Tretiakov
Julio es la ‘corona’ del verano. La despedida de la primavera, el primer deshierbe, las festividades, los bailes en corro, los columpios, los juegos de chicos y chicas… y el comienzo de la siega del heno. La siega no solo era la principal labor de julio, sino también el acontecimiento más largo y alegre del verano.

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El verdadero verano campesino, según el calendario tradicional, iba del Día de San Pedro (29 de junio) hasta el Día de Elías el Profeta (2 de agosto). “Pedro inicia el verano, Elías lo termina”, decían. Y casi todo este período lo dedicaban los campesinos a preparar heno para el invierno. Este proceso fascinó también a muchos artistas rusos.

Borís Kustódiev / Galería Tretiakov

En la siega participaban todos los miembros adultos de la familia, tanto hombres como mujeres. Pero especialmente impacientes estaban los jóvenes, chicos y chicas. Para ellos, era la oportunidad de salir, conversar sin miradas indiscretas, cantar canciones, coquetear entre sí. No era raro que durante la siega se formaran parejas.

Iván Shishkin / Museo Estatal de Bellas Artes de la República de Tartaristán

Chicos y chicas se vestían para la siega como si se tratara de una fiesta: camisas blancas y brillantes sarafanes. Había canciones especiales para la siega, que elogiaban a los segadores, describían el proceso de cortar la hierba, el rocío plateado y, además, solían incluir motivos amorosos y eróticos.

Lavr Plájov / Museo Ruso

Mientras que en la cosecha cada familia trabajaba por separado, en la siega del heno todos se reunían en un solo campamento. A menudo cortaban el heno no muy lejos de la aldea o ciudad donde vivían, en los llamados “prados lejanos”. Toda la parte adulta de la familia iba allí, llevando únicamente a los bebés. Los niños mayores y los ancianos quedaban en casa.

Nikolái Serguéyev / Museo Estatal Unificado de Novgorod

Los campesinos se instalaban cerca de un río o arroyo, construían chozas temporales a la sombra de los árboles, colocaban toldos de lona, encendían un fuego cerca, sobre el cual colgaban un caldero. A menudo llevaban un perro para que cuidara de los víveres.

Alexéi Venetsiánov / Galería Tretiakov

Segar hierba para almacenarla como heno en invierno no era un trabajo fácil. Primero, era fundamental mantener la herramienta (la guadaña) en buen estado. Había que martillearla y afilarla. Una buena guadaña produce un sonido característico y corta la hierba de forma fácil y uniforme. Tras el paso de una buena guadaña y un segador habilidoso, el prado quedaba parejo, casi como si hubiera pasado una moderna segadora. Además, se comenzaba a segar muy temprano, al amanecer, cuando el rocío hacía que la hierba se colocara mejor bajo la hoja de la guadaña.

Alexánder Morózov / Galería Tretiakov

Las mujeres también se levantaban temprano y enseguida empezaban a preparar la hierba recién cortada para su secado: la extendían en capas finas con rastrillos. Durante el día, había que darle la vuelta varias veces para que se secara mejor y más rápido. Si comenzaba a llover, la recogían rápidamente en pequeños montones y, más tarde, la volvían a extender para que se secara.

Nikolái Krímov / Museo Regional de Arte de Riazán ‘I.P. Pozhálostin’

No solo segaban juntos, sino que también comían juntos. Varias familias se reunían y compartían una cena abundante, cocinada en un solo caldero. A menudo consistía en gachas (de trigo) con mantequilla y tocino salado que había sobrado del invierno. Después, lo acompañaban con kvas casero. Cada ama de casa estaba orgullosa de su receta particular.

Natalia Goncharova

Tras la cena, los adultos descansaban, mientras los niños salían a cantar y a buscar setas y bayas. Mientras que en la aldea todos estaban ocupados durante el día con sus tareas diarias, en el campamento, por las noches, reinaba una mayor libertad. Se bailaba en corro, se tocaba el acordeón y la flauta, se cantaban canciones y se coqueteaba. A veces hasta el amanecer.

Arkadi Plastov / Galería Tretiakov

Por la noche, el heno recién segado siempre se juntaba en montones y, por la mañana, si no llovía, se volvía a extender. Finalmente, el heno seco se apilaba en enormes cargas sobre carros y se transportaba al pajar.

Víctor Ivanov / Galería Tretiakov

Las parejas que se formaban durante la siega podían casarse al otoño siguiente, tras terminar las labores agrícolas. La temporada de bodas solía comenzar con la fiesta del Manto de la Virgen (Pokrov), el 14 de octubre.