¿Quién era Gala, la esposa rusa de Salvador Dalí que le hizo famoso?
Desde Rusia con amor
Cuando se habla de Gala, lo primero que se recuerda es su procedencia. La musa de Dalí era una chica rusa que creció en Moscú. Su verdadero nombre es Elena Gomberg-Diákonova, nació en 1894 en Kazán y luego se trasladó con su familia a la capital.
A los 18 años Elena enfermó de tuberculosis y su familia (bastante adinerada) la envió al sanatorio suizo Clavadel para mejorar su salud. Allí conoció al poeta surrealista Paul Éluard, que le dio el seudónimo de Gala. En francés, significa “vacaciones”. Gala se convirtió para Paul en una inspiración y en la principal destinataria de su poesía amorosa.
Posteriormente, Gala y Paul se casaron, y en 1918 tuvieron una hija, Cecile. Su vida matrimonial duró algo más de 12 años, el matrimonio era abierto: los cónyuges tenían amantes y no lo ocultaban. El amante más famoso de Gala en aquella época fue el célebre artista Max Ernst, que llegó a vivir con ella y Éluard en la misma casa.
Gala conoce a Dalí
Gala conoció a Dalí de forma inesperada. En 1929, Éluard y Gala visitaron al joven artista catalán. Gala quedó asombrada y, al mismo tiempo, terriblemente contrariada.
“Le sorprendió la lógica de mi razonamiento, e inmediatamente, bajo un platanero, me confesó que me tomaba por un tipo desagradable e insoportable a causa de mi pelo lacado, que me daba el aspecto de un bailarín profesional de tango argentino”, así recordaba su primer encuentro el propio Dalí en su libro autobiográfico La vida secreta.
El encuentro resultó fatal. Gala y Dalí se enamoraron el uno del otro. Poco después Gala se divorció de Éluard, dejando a su cargo una hija (a la que no quiso en toda su vida, incluso en su lecho de muerte Gala se negó a despedirse de Cecile). Se fue con un artista desconocido imponente, prácticamente a ninguna parte.
Al principio, Gala y Dalí vivían muy mal. El padre de Dalí le privó de su sustento a causa de sus excéntricas payasadas, y nadie compraba sus cuadros que eran difíciles de entender.
Sin embargo, Gala, al ver el talento de Dalí, comenzó inmediatamente a visitar las galerías pidiendo que se llevasen la obra de su amante. En esto tenía experiencia: aprendió la profesión de productora y agente de arte, y le sirvió para promocionar la obra de Dalí a tan alto nivel, lo que le dio fama mundial.
En esta pareja, ella era una parte racional, un contrapeso al talento desenfrenado y la naturaleza excéntrica del artista: “Por la mañana Salvador comete errores, y por la tarde yo los corrijo, rompiendo contratos frívolamente firmados”, decía ella.
Gala no sólo fue una agente financiera para Salvador, sino también una musa incondicional. Fue una de las dos mujeres a las que dibujó en sus cuadros (excepto Gala, tal honor sólo le fue concedido a la hermana de Dalí, Anne-Marie). Por mucho que los biógrafos intentaran describir a la esposa del gran artista, la mejor descripción es del propio artista, en imágenes y palabras: “Su cuerpo era suave, como el de un niño. La línea de los hombros - redondez casi perfecta, y los músculos de la cintura que parecían frágiles desde fuera, eran atléticamente tensos, como los de un adolescente. Pero la curva de la cintura era verdaderamente femenina. La grácil combinación de su esbelto y vigoroso torso, su cintura de avispa y sus delicadas caderas la hacían aún más deseable”.
Vivieron felices y comieron perdices
Tras su matrimonio oficial en 1934, Gala y Salvador partieron hacia Estados Unidos. Para ella, no se trataba de un simple viaje, sino que formaba parte de una estrategia: quería dar a conocer el talento de su marido en el rico continente. Y así fue. Con la creciente popularidad de Dalí, la gente no podía dejar de fijarse en la propia Gala: aparecía bajo el brazo del artista en todos los actos públicos. Los periodistas escribieron sobre ella: “Simplemente tomó a un Dalí indefenso y sin duda dotado y lo convirtió en multimillonario y en una estrella de magnitud mundial”.
Juntos permanecieron 53 años. El propio Dalí describió su matrimonio como algo que a todo el mundo le gustaría experimentar en su vida: “una luna de miel interminable”.
Como en su matrimonio con Éluard, Gala tuvo amantes al margen, a veces incluso diez años más jóvenes que ella. Salvador hacía lo mismo y salía con chicas más jóvenes. Pero a pesar de ello, nunca se separaron y fueron como uno solo, tanto en el trabajo como en su vida personal.
El fin del amor
En 1969, Dalí, que era generoso, regaló a su musa principal un auténtico castillo medieval llamado Púbol, en la provincia catalana de Girona. Para impresionar a Gala, no sólo lo compró, sino que lo restauró, pintando él mismo las paredes.
Gala aceptó el regalo con una condición. Así lo describe el propio Dalí en sus diarios: “Gala me cogió de la mano y de repente me dijo: ‘Gracias una vez más. Acepto el castillo de Púbol, pero con una sola condición: que solamente vengas a visitarme al castillo por invitación escrita”. A Salvador le halagó esa decisión de su esposa que en sus propias palabras tenía tendencias sádicas: le gustaba cuando ella construía alrededor de sí misma una “fortaleza inexpugnable”.
Sin embargo, después de que Gala comenzase a vivir en el castillo, su pasión con Dalí empezó a enfriarse gradualmente. Incluso a una edad avanzada Gala seguía viéndose con otros hombres. El sentimiento de su propia impotencia llevó a Dalí a la desesperación, se pelearon. En 1980, Dalí enfermó gravemente, y en este contexto, su pasión se desvaneció casi por completo. Dos años más tarde, Gala murió a causa de un agravamiento de una gripe. Tenía 88 años.
Dalí cumplió su última voluntad y enterró a su esposa en el castillo de Púbol construyendo allí una cripta. No acudió a la ceremonia de despedida, pero fue a la tumba unas horas más tarde, cuando ya no quedaba nadie. El propio surrealista falleció siete años después de la muerte de su principal inspiración, en 1989.
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