
Vladímir Merino, escritor español nacido en Rusia que cuida la memoria de los ‘Niños de la Guerra’

Vladímir Merino, alto y delgado, tiene la mirada de los que han vivido tiempos interesantes. Nació en 1951 en Skólkovo, que entonces era una pequeña aldea a las afueras de Moscú y hoy es el centro de alta tecnología más importante de Rusia, con más de 200 startups que tienen como objetivo fomentar el espíritu emprendedor y la innovación en el país. Dicen que los de Bilbao nacen donde quieren, pero no fue su caso.
En 1937, su madre, Carmen Barrera Martínez, natural de Rentería (País Vasco), junto a su hermano Alejandro, fue evacuada junto a otros 3000 niños y niñas, de la Costa Cantábrica, castigada por los bombarderos de la aviación franquista, rumbo a la Unión Soviética.

“En la URSS, que no estaba en su mejor momento económico, se les trató con un mimo tremendo. Mi madre recibió clases de ruso y de español. El poema ‘Canción del Pirata’ de José de Espronceda, aprendió a recitarlo allí”.
Aquellos pequeños vivían en “Casa de Niños” en grupos de 100 o 120 de ellos, hasta que la Alemania hitleriana lanzó la Operación Barbarroja: la invasión de la URSS.

“Mi madre y mi tío Alejandro vivían en Jersón mejor que mucho niños soviéticos y fueron evacuados a Stalingrado y luego a los Urales. Muchos niños españoles murieron en el terrible Sitio de Leningrado. Mi madre a veces recordaba aquello y decía ‘escapé de las bombas alemanas en Bilbao y luego de las bombas alemanas en Stalingrado’”.

Uno de los eventos más trágicos vividos en su familia fue el acontecido precisamente en la evacuación a los Urales. Como en la película El Doctor Zhivago, el tren en el que viajaban tuvo que entrar, al llegar Ufá en una vía muerta y esperar allí, a 25 grados bajo cero, sin calefacción. Allí vieron pasar, en la dirección contraria, un tren soldados soviéticos que avanzaba en condiciones precarias. Su tío, otro niño más, decidió explorar la zona en busca de alimentos, y encontró en una chabola algunas manzanas verdes, que comió. Por desgracia, le sentaron muy mal. Esto, unido a su debilidad y al frío, lo mató.
El resto de los niños llegó a Ufá, ciudad en la que pasaron un tiempo y en la que aprendieron a patinar. Allí vieron el fin de la Gran Guerra Patriótica.

Tras la guerra
La madre de Vladímir Merino, como el resto de refugiados de la Guerra Civil, tuvo acceso a estudios universitarios.
De 767 españoles, un 25% hizo estudios superiores, eligiendo 325 de ellos la carrera de ingeniero industrial y 96 la de Medicina. Estos títulos no serían nunca reconocidos por las autoridades españolas tras la vuelta de los “niños” a España.
Su madre había conocido a un chico albanés que estudiaba medicina con una beca en la URSS. Terminaron la carrera el mismo años, y él tuvo que volver a Albania. Ella, embarazada, solicitó un permiso para emigrar al país balcánico con el hombre que amaba, que no lo fue concedido por las autoridades soviéticas. Al poco, la madre de Vladímir consiguió un trabajo en una fábrica. El único contacto con el padre de su hijo lo mantuvo por carta. Ambos sabían que todo lo que se escribían era vigilado por los servicios de seguridad de Albania y la URSS.
Lo mismo pasaba con las misivas que enviaba a España. Cartas con fotos en las que tenían que marcar con pequeñas equis quién era quién. ¡Tantos años habían pasado!

Tras cuatro años de relación epistolar, la joven pareja decidió que lo mejor era abandonar el sueño del reencuentro y decirse adiós. Merino cree que algo tuvo que ver Dolores Ibarruri en que sus padres nunca pudiesen estar juntos.
Fueron 35.000 niños los que salieron de España buscando protección. Curiosamente, no todos tardaron, como los que fueron a la URSS, 19 años en volver. ¿La razón? Los dictadores que reinaban en España y la Unión Soviética no se pudieron de acuerdo.

“Seguramente, pero esto es una especulación, a Franco no le hacía mucha gracia la idea de acoger a 3000 aguerridos militantes comunistas en España” comenta con sorna Merino.
“El dictador no entendía que, los que volvían, no querían complicarse la vida”.
De vuelta a España
Su madre volvió con 30 años a España, en 1956 (Stalin murió en 1953) tras la firma de un Tratado de Repatriación, a bordo del buque Odessa. Ya habían vuelto niños españoles (12) en el Semíramis, el barco que repatrió a España a los soldados de la División Azul que habían sido hechos prisioneros en Rusia.
Merino conserva pocos recuerdos de la URSS, pero uno es el barco en el que viajó a España: “Me pareció el barco más grande del mundo, y estaba lleno de luces”.
El entrevistado me comenta que, debido a que muchos españoles y muchas españolas habían encontrado el amor en la URSS, hubo una selección de las parejas que eran “aceptables” para el retorno a España. Si eran matrimonios formados por dos españoles, no había problema. Si la pareja era rusa con español, tampoco, pero si era un ruso el casado con una española, a él no se le daba permiso y ella debía volver sola.
Las cifras hablan de lo que se encontraron estos españoles al volver al terruño cuando, a unos seis meses de estancia en el país, un 30% de ellos optaron por volver a la URSS. Ante tamaño insulto, Franco optó, a los seis meses, por cerrar las fronteras a los retornados.
¿Los motivos de ese fenómeno? Por un lado, al ruso, dice Merino “se le veía como a un Demonio con cuernos y rabo”. Había un estigma sobre los padres españoles con hijos en Rusia. Estos, con edades de entre 20 y 30 años, tenían grandes problemas para adaptarse a la sociedad española. Vladímir me cuenta que a su madre le costaba mucho entender, después de vivir el sistema soviético de la vivienda, que 3 platas del edifico en el que vivían en Rentería fuesen propiedad de un charcutero que cada mes iba a verles para cobrarles un alquiler. No entendía que un particular tuviese tantas viviendas y el poder, si las familias no podían pagar, de ponerles de patitas en la calle.
Carmen Barrera retornó en 1956 a un País Vasco donde estaba prohibido hablar el euskera. Llegó hablando ruso y español, idioma que los soviéticos se encargaron mucho de preservar en todos los “Niños de la Guerra”. Un año después de su llegada, recibió una preocupante carta por la que se la convocaba a una cita en la sede de la Dirección de Seguridad Nacional en Madrid. Cabe recordar que la política del bando vencedor en la Guerra Civil distaba mucho de la reconciliación nacional y se basaba enteramente en la visión de victoria sobre los vencidos.

Con los billetes (solo de ida) que se les había enviado por correo, Carmen Barrera se plantó en la capital de España en un edificio que se haría famoso como centro de torturas. Una vez allí, cuando la madre de Vladímir preguntó por el billete de vuelta, se le dijo que se le entregarían si las respuestas al interrogatorio eran “satisfactorias”.
“¿Es usted comunista? ¿Conoce a algún comunista? ¿Eres del Real Madrid o del Dínamo de Kiev?”¿Conoce a Dolores Ibárruri?” fueron algunas de las preguntas que se le hicieron. Y sí, Carmen Barrera Martínez conocía a Pasionaria, dirigente del Partido Comunista de España. Cuando los alemanes invadieron la URSS; había visitado la Casa de Niños en la que se encontraba para decirles que “se podían ir olvidando de los macarrones”.

En un punto concreto del interrogatorio, se incorporó al mismo un joven latinoamericano miembro de la CIA. Este le hizo preguntas muy concretas en las que buscaba información sobre centros industriales y nucleares de la URSS. Poco pudo decirles Carmen, que trabajaba en uno textil. Al finalizar el interrogatorio, le entregaron el billete de vuelta. Lo que no se le entregaría hasta muchos años después fue el pasaporte español. Se lo darían en 1975, el mismo año de la muerte de Franco.
Anécdotas y recuerdos
Un buen día, el párroco de Rentería se interesó por el hecho de que había un niño no bautizado en su parroquia. Su madre le dijo al sacerdote que, de hecho, sí estaba bautizado, por la Iglesia Ortodoxa. A esto, el sacerdote le contestó que “había que volver a bautizarlo por la religión verdadera”. Así que Vladímir Merino está bautizado dos veces, y de la segunda vez se acuerda.
Carmen Barrera acabo consiguiendo un empleo en la fábrica de condensadores eléctricos de Pasajes gracias a José María Escudero, del Tercio Familiar, una especie de “ala liberal”. Con su primer sueldo, se compró una radio con la que, cada noche, escuchaban Radio España Independiente, conocida también como La Pirenaica, una emisora creada por el Partido Comunista de España impulsada por Dolores Ibárruri “Pasionaria” y por el poeta Rafael Alberti.

Como dijo Milán Kundera, La memoria no guarda películas, guarda fotografías. Entre las de Vladímir Merino está la guardería en la que estaba mientras su madre trabajaba “algo impensable en la España de Franco, como la presencia mujeres policías municipales por la calle, o mujeres trabajando con hombres en las fábricas. En la guardería de cualquier centro de producción, las madres podían ir a ver sus hijos, darles el pecho o pasar un momento con ellos, etc”.

Merino recuerda también un trineo, que a él le parecía muy grande, con patines.

Un vasco llamado Vladímir
Le pregunto a Vladímir si ha quedado algún poso soviético en él. Me dice que lee mucho, que sigue comprando el periódico cada día. Que ha leído a Tolstói (“palabras mayores”), señala y que cada uno de los hermanos Karamázov, de Dostoievski es para él una novela en sí. “En El Jugador (también de Dostoievski), para el protagonista lo importante no es perder o ganar. Es jugar”. O que la literatura de Pasternak es “una obra de arte”. No es de extrañar que le surgiese el gusanillo por la escritura. De hecho, en su adictiva novela Todo comenzó con esa maldita guerra, cuenta la aventura (y desventura) de su madre.

Vladímir Merino volvió a la URSS en 1985. Visitó Leningrado, donde pudo experimentar al placer de “andar sobre las aguas” en el helado Baltico. Cuando el viaje organizado les llevó a Moscú, quiso acercarse a visitar su pueblo natal. “Niet niet, niet”, me dijeron. No se podían salir del itinerario marcado. Le llamó la atención que, “en los restaurante se servía el tomate “como si fuese una delikatessen”.

"¿Te ha marcado llamarte como el líder de la Revolución rusa?", le digo.
“En Rusia es como aquí José o Antonio. Hoy aquí es conocido, pero cuando yo era un niño me encontré con mucha gente con problemas para pronunciarlo. Siempre me he sentido en la obligación de explicar de dónde venía mi nombre, aunque la gente no solía preguntarme, creo que más por prudencia que por rechazo. En la mili, tuve un sargento que era incapaz de pronunciarlo correctamente, pero me vino bien a la hora de ligar con las chicas”.
Le planteo si el legado de los “Niños de la Guerra” sigue vigente y me recuerda que la Historia se centra en los grandes personajes, pero que él cree que “3000 niños españoles dan para un gran personaje”. Cree que es vergonzoso que no se les recuerde, “muchas veces, al hablar de los Niños de la Guerra alguien me ha preguntado ‘¿Los de Sarajevo?’”
Merino se dedica desde hace años en mantener viva la memoria de aquellos niños que fueron, destaca, “muy bien tratados por la URSS”.
“En 2024 di una charla en una instituto de Irún, a niños de 14 años, y no sabían quién era Stalin. El profesor, avergonzado, intentó disculparse diciendo que, para sus clases, se debía ceñir a lo que aparecía en el libro de la asignatura de Historia”.
En su búsqueda de respuestas, Vladímir Merino descubrió que las universidades estadounidenses de Columbia y San Diego guardaban aproximadamente un millar de dibujos de Niños de la Guerra españoles. Luego localizó 1171 dibujos en la Biblioteca Nacional de España. “Contacté con Elena Galán, que era concejala de cultura de Benalmádena (N.d.T: Donde reside actualmente el entrevistado) y monté por mi cuenta la exposición: Y además, dibujan.
“Está pensada para escuelas donde nadie les ha dicho que personas como Franco o Stalin existieron”.

Vladímir Merino, que ha llevado su exposición Y además, dibujan a 21 lugares de España (tiene ya cerrado todo el calendario de 2025 y anda ya programándola para 2026) es escritor, con diversos premios literarios y varias novelas publicadas como Todo comenzó con esa maldita guerra, El médico de los pobres, Marinos de Matxitxako, La Colombiana, Balas y violines, Breve historia de los libros prohibidos y Hotel Tíbet, Katmandú.
