Pedro III, el zar ruso más extravagante

Alexéi Antrópov/Universal History Archive  / Getty Images Pedro III, 1762
Alexéi Antrópov/Universal History Archive / Getty Images
Cuando Pedro III, nieto de Pedro el Grande, se convirtió en emperador de Rusia, toda la corte quedó aterrorizada: parecía que el joven soberano no se interesaba ni por la política ni por su esposa. Pero el comportamiento extraño de Pedro III estaba relacionado con los malos tratos que sufrió en su infancia a manos de educadores sádicos y hostiles.

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Karl Peter Ulrich de Holstein-Gottorp aún no tenía 15 años, pero la emperatriz Anna (Anna Ioánovna) ya le temía. “El diablo siempre vive en Holstein”, repetía Anna más de una vez. El joven Karl Peter era nieto de Pedro el Grande, mientras que Anna era hija de Iván V, co-gobernante junto a Pedro. Ella deseaba que su propia línea permaneciera en el trono ruso y, por ello, temía y detestaba a Karl Peter. Por el contrario, su prima Elizaveta Petróvna, que se convirtió en emperatriz de Rusia en 1741, trató de rodear a su sobrino de cuidados y atención. En diciembre de 1741, el mayor Nikolái Korf llegó a Kiel, donde vivía Karl Peter, para llevar al joven a Rusia.

Elizaveta no tenía hijos, y tras su muerte, el nieto de Pedro el Grande debía convertirse en emperador. Sin embargo, al llegar a San Petersburgo, el joven duque causó, como mínimo, una impresión extraña a todos.

Las excentricidades de Piotr Fiódorovich

Hermitage/Dominio público Retrato de Pedro III, 1761, por Lucas Conrad Pfandzelt
Hermitage/Dominio público

El duque Karl Peter se presentó por primera vez ante la sociedad de San Petersburgo en enero de 1741 y en noviembre de 1742 fue bautizado en la fe ortodoxa bajo el nombre de Piotr Fiódorovich. “Es pálido y, aparentemente, de complexión débil”, escribió Yákov Shtéline, el tutor asignado al muchacho en Rusia.

Cuando el duque empezó a estudiar, la emperatriz se sorprendió al ver que el chico de 14 años no sabía casi nada y solo se interesaba por lo militar. Únicamente los desfiles, marchas y paradas le apasionaban. Pero había otras rarezas: Piotr no parecía madurar con la edad.

“Tenía entonces 16 años, era bastante apuesto antes de la viruela, pero era tan pequeño como un niño. Me hablaba de juguetes”, escribió su esposa, la futura Catalina II. Ella también recordó que, desde su primer encuentro, su prometido le confesó estar enamorado de una de las damas de honor, pero que había aceptado casarse con ella porque su tía, la emperatriz Elizaveta, así lo quería.

En 1745 se celebró la boda, pero Pedro mostró escasa atención hacia su esposa: “El gran duque venía a veces a mis aposentos por la noche, pero no tenía ningún deseo de hacerlo; prefería jugar con muñecas en los suyos. Ya tenía 17 años entonces, y yo 16”, se quejaba Catalina.

Para alejar a su sobrino de los juguetes y ejercicios militares, Elizaveta le asignó en 1747 a su prima y al esposo de esta, Nikolái Choglókov, con el objetivo de “formar” al gran duque en la vida familiar. Pero Piotr Fiódorovich mantenía una relación clandestina con una doncella, quien “le llevaba juguetes, muñecas y otros entretenimientos infantiles que él adoraba; durante el día los escondían en mi cama y debajo de ella”, escribió Catalina.

El duque se acostaba temprano y, una vez en la cama, la doncella cerraba la puerta con llave, tras lo cual Piotr jugaba hasta la una o dos de la madrugada. Más tarde, adquirió perros. Elizaveta, horrorizada, exigió expulsarlos del palacio, pero el heredero desobedeció y los mantuvo en un armario cerca del dormitorio de su esposa: “A través de la delgada pared de madera (recordó Catalina) olía a perro, y dormíamos los dos en aquella pestilencia”.

En una ocasión, Catalina encontró un ratón colgado en la habitación de su marido. Piotr explicó que lo había ejecutado por “delito penal”: se había colado en su fortaleza de papel y había devorado a dos soldados de almidón. El perro lo atrapó y el tribunal militar (es decir, el propio duque) lo condenó a la horca. Piotr tenía entonces 25 años.

“Profesor de cuadrilla”

El futuro emperador Pedro III tuvo la desgracia de descender de dos enemigos irreconciliables: por parte de madre, era nieto de Pedro el Grande; por parte de padre, sobrino nieto del rey sueco Carlos XII, lo que le daba derechos al trono de Suecia. Su padre esperaba que su hijo se convirtiera en rey sueco y lo educó como militar.

“El príncipe fue nombrado suboficial; estudiaba armas y marchas, servía con otros jóvenes cortesanos y solo hablaba con ellos de uniformes militares”, escribió Shtéline. Como Carlos XII en su juventud, el duque conocía bien la teología y el latín, y amaba las matemáticas y los planos de fortalezas.

Pero en 1739, tras la muerte de su padre (su madre había fallecido poco después de su nacimiento), el futuro zar quedó al cuidado de tutores crueles y sin talento que comenzaron a maltratarlo.

Georg Christoph Grooth, Museo Nacional de Arte y Arquitectura, Oranienbaum Otto von Brümmer
Georg Christoph Grooth, Museo Nacional de Arte y Arquitectura, Oranienbaum

El principal “verdugo” fue Otto von Brümmer, hofmarschall de Kiel. Había servido en el ejército sueco e incluso fue ayudante de campo de Carlos XII. Pero odiaba al niño. “Te azotaré hasta que los perros laman tu sangre; sería feliz si murieras ahora mismo”, decía al joven duque, según un informe anónimo entregado a Elizaveta por Nikolái Korf.

La nota relataba también que el niño solía esperar hasta las dos de la tarde para comer, muriéndose de hambre y alimentándose de pan seco; que Brümmer llegaba, recibía informes negativos y amenazaba con castigos severos. El niño se sentaba a la mesa pálido como un fantasma, y tras la comida sufría dolores de cabeza y vómitos de bilis.

Durante horas debía estudiar, y luego bailar cuadrillas durante dos horas. “Estoy seguro de que quieren convertirme en profesor de cuadrilla, y que no necesito saber nada más”, dijo el gran duque.

Brümmer despreciaba particularmente a los rusos. Karl Peter recibía clases de ruso como nieto del zar, pero tras la muerte de su padre, Brümmer suspendió las lecciones: “Ese lenguaje vil solo sirve para los perros y los esclavos”.

Los castigos eran brutales: el niño debía arrodillarse sobre garbanzos hasta que las rodillas se le hinchasen; lo azotaban con varas; lo ataban a una mesa; lo dejaban sin comer; le colgaban un cartel al pecho con la palabra “asno”.

Aquello deformó su personalidad: se volvió testarudo, irascible, ansioso. Además, sus tutores le enseñaron a beber: un “verdadero soldado” debía consumir constantemente cerveza o vino. En 1745, Catalina escribió: “El gran duque estaba tan borracho que perdió el conocimiento”.

Más tarde fue peor: “Olía constantemente a vino y tabaco, era imposible estar cerca de él”, escribió Catalina en 1753. Andrei Bólotov añadió: “La vida que lleva el emperador es vergonzosa: pasa las noches fumando y bebiendo cerveza hasta las cinco o seis de la mañana; siempre está completamente borracho”.

¿Estaba loco Pedro III?

Por supuesto, ni un temperamento nervioso ni la afición al alcohol son prueba de locura. Además, la imagen de Pedro está marcada por la hostilidad de Catalina, que se sintió siempre despreciada por su esposo y que finalmente lo derrocaría.

Anna Rosina de Gasc, Museo Nacional de Ante, Dominio público Pedro III y Catalina II, 1756
Anna Rosina de Gasc, Museo Nacional de Ante, Dominio público

“Conocía bien la teología y el latín. Le gustaba hablar en latín con el alto clero ruso”, escribió Shtéline. Desde niño, Pedro amaba la música y tocaba el violín. Aunque se decía que lo hacía mal, no era cierto. En su “pequeña corte” en Oranienbaum, cerca de San Petersburgo, creó su propia orquesta e invitó al joven compositor italiano Vincenzo Manfredini. Fundó también una escuela de violín para niños de todas las clases sociales, donde él mismo enseñaba.

Como emperador, sorprendió a muchos al involucrarse activamente en los asuntos del Estado. “Por la mañana estaba en su despacho, escuchaba informes y luego corría al Senado. Allí trataba los asuntos más importantes con energía y seguridad”, escribió Shtéline.

Su principal reforma fue la abolición del servicio obligatorio de la nobleza (el Manifiesto sobre la Libertad de la Nobleza de 1762). También cerró la temida Oficina Secreta, introdujo billetes de papel y fundó el Banco Estatal. Durante sus 186 días de reinado se aprobaron 192 documentos oficiales.

Sin embargo, la paz separada con Prusia, gobernada por Federico II el Grande (su ídolo personal), anuló sus logros y provocó su caída.

Pedro odiaba Rusia y deseaba el trono sueco, pero esa posibilidad se cerró cuando fue obligado a convertirse a la ortodoxia en 1743. En 1751, su tío Adolfo Federico se convirtió en rey de Suecia. “Me arrastraron a esta maldita Rusia, donde debo verme como un prisionero de Estado, cuando si me hubieran dejado libre estaría sentado en el trono de un pueblo civilizado”, dijo Pedro.

En este contexto, su conducta durante las exequias de Elizaveta no sorprendió a nadie: caminando detrás del féretro, se detuvo de repente y luego corrió para alcanzarlo, mientras su larga capa fúnebre se inflaba por el viento.