
¿Por qué la profesión de AGUADOR era importante en la Rusia zarista?

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“El aguador moscovita es un pícaro de lo más interesante. En primer lugar, está lleno de dignidad, es plenamente consciente de que transporta un elemento en su barril. <…> En segundo lugar, no teme a nadie: ni a usted, ni al juez de paz, ni al policía del distrito. Aunque a usted lo asciendan a general, él no le tendrá miedo. Si no le trae agua y le obliga a ir a buscar un vaso de agua a la taberna, usted no puede protestar. No hay dónde ni a quién quejarse: así están las cosas”, escribía Antón Chéjov en Fragmentos de la vida moscovita. Sin embargo, no siempre todo era tan idílico.

El abastecimiento centralizado de agua en el siglo XIX era un fenómeno poco común. La inmensa mayoría de la población (desde los inquilinos de casas de renta hasta tenderos y artesanos) recibía el agua de los barriles de los aguadores. Estos, a su vez, la tomaban de ríos urbanos, pozos y fuentes públicas.
La jornada laboral del aguador comenzaba de madrugada. Generalmente era un hombre físicamente fuerte y resistente. Sus principales herramientas de trabajo eran un barril (a veces dos), colocado en un trineos durante el invierno y en un carro en verano. El volumen de un barril podía alcanzar entre 20 y 40 cubos (unos 240-480 litros). También disponía de una artesa con canaleta para el reparto, que se colocaba en la parte trasera del carro, y cubos con pértiga para llevar el agua directamente a los apartamentos.

El trabajo era duro. En invierno había que abrir agujeros en el hielo y soportar el frío extremo; en verano, cargar pesados cubos bajo el sol abrasador y subirlos por empinadas escaleras.
Los aguadores solían agruparse en cuadrillas y podían “asignarse” a determinados barrios o casas. El pago por sus servicios era bajo, pero estable, normalmente mensual.
En las grandes ciudades, como Moscú y San Petersburgo, existía una “gradación” de la calidad del agua. El “aguador de río” transportaba agua directamente de ríos y canales (del Moscova o del Nevá). Esa agua se consideraba de baja calidad, turbia, y se utilizaba sobre todo para labores domésticas como limpiar suelos o lavar la ropa.

El “aguador de manantial” o “de fuente” tomaba el agua de manantiales urbanos conocidos o de fuentes públicas (como las famosas fuentes del acueducto de Mytishchi en Moscú). Por el agua de manantial limpia, transparente y “sabrosa”, se pagaba más, y se usaba para cocinar y beber.
El grito del aguador “¡Agua-a-a!” o el golpe del aro del cubo contra el barril era uno de los sonidos característicos de la ciudad, tan reconocible como los pregones de los vendedores ambulantes o el tintineo de los cascabeles de los cocheros.
Con la expansión masiva del sistema de agua corriente a finales del siglo XIX y principios del XX, la profesión de aguador comenzó a desaparecer lentamente. Donde aparecía un grifo, dejaba de ser necesaria la figura del hombre con el barril.