Cuando el sexo y el suicidio se pusieron de moda entre los miembros de la intelligentsia rusa
El periodo que sigue a cualquier fuerte conmoción produce, invariablemente, una época de decepción e ilusiones rotas. La Rusia posterior a la Revolución bolchevique no fue una excepción, afirma Dmitri Bíkov. En lo que respecta a la poesía y al arte, la primera década de entreguerras no hizo que surgieran nuevos géneros, sino que se limitó a cosechar los frutos de la Edad de Plata y de la vanguardia. Después de unos años de austeridad debido al “comunismo de guerra”, la Nueva Política Económica (NEP) prometió una limitación de las dificultades económicas y eso provocó una precipitada caída en el libertinaje.
“Se aproxima una revolución en el matrimonio y en las relaciones sexuales, que estará en armonía con la revolución proletaria”, declaró la marxista alemana Clara Zetkin, haciendo eco de las palabras de Lenin. Sin embargo, la triste verdad es que la revolución sexual sustituyó a la proletaria, en vez de producirse ambas simultáneamente.
Matrimonio en la URSS: ¿base de la sociedad o la satisfacción de los instintos?
La revolucionaria y diplomática Alexandra Kollontái escribió que durante el periodo revolucionario las relaciones matrimoniales “eran como un subproducto para satisfacer una necesidad puramente biológica”. Además, se suponía que ambas partes estaban deseosas de cumplir con este requisito lo más rápido posible para evitar que interfiriera con la tarea principal: “trabajar por la Revolución”.
La NEP tampoco logró restaurar la familia tradicional. Al contrario, Bíkov escribe que “las necesidades sexuales se satisfacían sin mojigatería”.
Más tarde, sin embargo, la élite soviética se hizo más puritana. El Comisario del Pueblo para la Educación, Anatoli Lunacharski, escribió: “en nuestra sociedad, la única forma correcta de familia es la que está basada en la pareja tradicional” y Lev Trotski afirmaba que el Partido debería ser el guardián de la pureza moral.
¿Adónde lleva el amor libre?
El amor libre se puso de moda y se convirtió en un símbolo de la época. El apetito sexual se equiparaba al hambre, que la gente satisface sin remordimientos de conciencia. Se le quitó al amor el aura romántica, la modestia y los rituales de cortejo.
En el relato titulado La víbora (1928), Alexéi Tolstói describe como un signo de aquellos tiempos la facilidad con la que se podían satisfacer las necesidades básicas. El subgerente del fideicomiso donde trabaja la protagonista la lleva a un lado y le dice que “el deseo sexual es un hecho real y una necesidad natural”. Propone abandonar el romanticismo y la abraza con fuerza. Sin embargo, la protagonista se resiste.
En la práctica, el amor libre trajo consigo gran cantidad de escándalos y decepciones. Según algunos, los hombres no estaban preparados para que las mujeres escogieran pareja, mientras que las mujeres, por su parte, se sentían ofendidas por la falta de cortejo.
Sin embargo, hubo numerosos experimentos en lo que respecta a las relaciones. Los teóricos del simbolismo Dmitri Merezhkovski y Zinaída Guippius tuvieron un abierto triángulo amoroso con el crítico literario y editor Dmitri Filósofov. Por su parte, el poeta Vladímir Maiakovski hizo lo mismo con su musa, Lilia Brik, y su marido Ósip.
Depravación y aburrimiento
La saciedad temprana lleva al aburrimiento, a la soledad y a poner en riesgo la propia vida, afirma Dmitri Bíkov. Después de probar todo a una edad temprana, la muerte se percibe como la única sensación fuerte que queda por experimentar.
El caso del cadáver de Gleb Alexéiev es una obra literaria en forma de diario. La niña llamada Shura Gólubeva se suicida por un amor no correspondido. Pero la historia no trata ni del amor ni de muerte sino del aburrimiento y del vacío cultural. Shura se suicida no porque esté enamorada, sino porque no tiene otra cosa que hacer.
“En este sentido, la vida rusa posterior a la revolución resultó ser considerablemente peor que la prerrevolucionaria”, escribe Bíkov. Los estudiantes de principios de siglo tenían grandes esperanzas y aspiraciones revolucionarias, pero a los estudiantes comunistas de la década de 1920 o los obreros de las fábricas, no les quedaba más que dispararse a sí mismos: “Ya habían probado todo lo demás y todavía había suficientes armas para todos”.
En el cuento titulado El diluvio (1929), Evgueni Zamiatin habla de la pérdida total del individuo. Además del desenfreno erótico y una epidemia de suicidios, el crimen fue otro de los sellos distintivos del último período de la NEP, que terminó en 1929. Sofía, la protagonista, tiene casi 40 años y mata a su vecina Ganka, simplemente porque es joven, hermosa y próspera. Su propia vida está acabada, así que la de su vecina también debería terminar.
Bíkov cree que estas dos frases de Zamiatin resumen el ambiente de la época: “El viento del litoral golpeó la ventana durante toda la noche, el vidrio temblaba y subía el agua en el Nevá. Mientras tanto, como si estuviera conectada al Nevá a través de las venas subterráneas, la sangre subía”.
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