Por qué la URSS no fue una ‘tierra prometida’ para los judíos
“El antisemitismo, como forma extrema de chovinismo racial, es el vestigio más peligroso del canibalismo”, dijo Iósif Stalin en 1931, respondiendo a una pregunta de la Agencia Judía de Noticias con sede en Estados Unidos. Así subrayó que la URSS no tenía nada contra los judíos y que, como Estado internacionalista, no tenía nada que ver con el antisemitismo. La realidad, sin embargo, era todo lo contrario.
Fue Stalin quien borró de la escena política soviética a destacados dirigentes bolcheviques de origen judío (Lev Trotski, Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, etc.). Fue él quien, tras la Segunda Guerra Mundial, lanzó una campaña a gran escala contra los judíos en la cultura, la ciencia y la vida pública soviéticas. Oficialmente, se les apodó “cosmopolitas desarraigados”, pero todo el mundo entendía quiénes eran esos cosmopolitas. “Para que no te llamen antisemita, llama cosmopolita a un judío”, rezaba entonces un dicho popular.
Cuando Stalin murió en 1953, supuso un gran alivio para los judíos: el Estado desmanteló su campaña antijudía. Pero aun así, los judíos siguieron siendo uno de los hijos menos queridos de la Madre Patria.
Falta de confianza
Desgraciadamente, Rusia tenía una larga historia de antisemitismo: en el Imperio ruso, durante finales del siglo XIX y principios del XX, las masas poco instruidas creían en la animadversión de los judíos hacia los cristianos y en rumores absurdos de que bebían la sangre de bebés ortodoxos. En la década de 1950, este libelo estaba más o menos refutado, pero se mantuvo la percepción de los judíos como un pueblo astuto que gozaba de gran influencia en todo el mundo.
La declaración de independencia de Israel en 1948 no hizo sino empeorar la situación de los judíos soviéticos: a partir de entonces, el Kremlin los miró con recelo, teniendo en cuenta que podían tener en mente intereses israelíes y no soviéticos.
“Ser judío era un poco vergonzoso cuando yo era joven, esta palabra estaba casi prohibida”, explica Lev Simkin, escritor y publicista que creció en la URSS en los años sesenta y setenta. “Por otra parte, ellos (las autoridades) criticaban a los sionistas, no a los judíos... La mayoría ni siquiera sabía que el sionismo no es más que la idea de crear un Estado judío... Pero la gente entendió rápidamente que ‘sionistas’ significaba 'judíos’”.
Línea fina
Lo delicado del antisemitismo soviético después de Stalin es que se ocultaba, no se promovía a nivel oficial, se reducía a groserías domésticas y a críticas a Israel en la prensa: como Moscú apoyaba firmemente a los estados árabes en su conflicto permanente con Israel, el estado judío era un enemigo natural.
Las autoridades hacían todo lo posible por salvar las apariencias y no cruzar ciertas líneas, siendo antisionistas, pero no antisemitas. Por ejemplo, no se proyectó la película de 1973 Secreto y explícito (Los objetivos y actos de los sionistas), que utilizaba materiales de películas de propaganda nazi que retrataban el supuesto complot judío mundial.
Leonid Brézhnev decidió que era demasiado después de recibir una carta de un cámara de origen judío, el leal comunista Leonid Kogan, que decía: “Es un regalo para los que calumnian a nuestra nación soviética... la película está plagada de una ideología ajena a nosotros; después de verla se tiene la impresión de que el sionismo y los judíos son lo mismo”.
Dificultades
Aún así, ser judío en la URSS era un destino difícil, sobre todo teniendo en cuenta que los documentos de identidad soviéticos tenían un infame “5º punto”, donde uno tenía que indicar su nacionalidad. Había caminos que una persona cuyo 5º punto decía “judío” simplemente no podía tomar: como convertirse en diplomático o servir en el KGB. O, por ejemplo, matricularse en la Facultad de Mecánica y Matemáticas de la Universidad Estatal de Moscú.
“Después de 1967, casi ningún judío consiguió entrar en la facultad... a los más talentosos, que habían ganado las olimpiadas de matemáticas, se les ofrecían tareas extremadamente difíciles en los exámenes de ingreso”, recuerda el publicista Mark Guinsburg. “El académico Sájarov (Andréi Sájarov, el famoso físico y activista de los derechos humanos) dijo que le costó una hora de duro trabajo resolver un problema matemático dado a los matriculados judíos, que sólo disponían de 20 minutos para resolverlo”. Esa política no estaba patrocinada por el Estado: como señalan muchas fuentes, fue iniciativa de la dirección de la facultad. Pero el Estado no hizo nada para que la Universidad Estatal de Moscú fuera inclusiva.
Muchos padres judíos intentaron facilitar la vida de sus hijos, calificándolos de rusos (ucranianos, tártaros, etc.) si eran mestizos. Pero no siempre funcionaba. Un dicho popular decía: “Si pasa algo, te darán un puñetazo en la cara, no en el pasaporte”.
Estaba prohibida cualquier mención a la herencia judía, incluso en un asunto tan delicado como el Holocausto, al que el Estado soviético nunca se refería. “Ningún monumento señala Babi Yar”, escribió el poeta Yevgueni Yevtushenko en relación con el lugar donde los nazis masacraron a más de 100.000 judíos en Ucrania en 1941, y tenía razón: la URSS nunca reconoció ningún asesinato masivo especial “antijudío”, insistiendo en que todos los ciudadanos soviéticos sufrieron por igual durante la guerra.
Al crecer en un ambiente tan negativo, los jóvenes judíos soviéticos no se sentían demasiado bien en la URSS. Al mismo tiempo, Israel se hacía más fuerte, derrotaba a los Estados árabes en las guerras de 1967 y 1973 y protegía su independencia. “Apareció la imagen de un país victorioso. Y los judíos soviéticos empezaron a pensar: aquí se avergüenzan de su nacionalidad... y en Israel están orgullosos de ser judíos”, relata el periodista Leonid Parfiónov en su película Los judíos rusos. Así, la idea de la inmigración se hizo muy atractiva.
Éxodo
Durante los años 50 y principios de los 60, salir de la URSS apenas era una opción para sus ciudadanos: había que obtener un visado de salida que exigía pasar por un infierno burocrático (por ejemplo, obtener la aprobación de tu jefe y de un funcionario del partido) y pagar una tasa equivalente al precio de un coche nuevo. Pero en 1970, el Estado aflojó el control.
Hubo varias razones. La distensión en las relaciones con Estados Unidos (en 1972, el Presidente Richard Nixon visitó Moscú) hizo que el Kremlin hiciera algo para acallar la voz de quienes en Occidente machacaban a la URSS por su falta de derechos humanos. Además, hubo protestas internas. El 24 de febrero de 1971, un grupo de 24 judíos (desesperados) a los que se había denegado el permiso para abandonar el país ocuparon el edificio del Soviet Supremo de la URSS exigiendo su derecho a salir. Como consiguieron atraer la atención de la prensa extranjera, el gobierno dejó salir a la mayoría.
Más tarde, la política soviética hacia la inmigración judía cambió varias veces, con relativa libertad en los años setenta y duras restricciones en los ochenta. Pero en general, los judíos se convirtieron en un pueblo tan mal recibido en la URSS que los comunistas prefirieron deshacerse de ellos, básicamente, dejando marchar a la gente. Entre 1970 y 1988, 291.000 judíos y miembros de sus familias abandonaron la URSS, estableciéndose en Israel, Estados Unidos y otros países del mundo. Quizá echarían de menos su patria, pero no al partido comunista.
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