Estos proyectos soviéticos, de no haber fracasado, hubiesen cambiado el mundo
La Internet soviética
El plan consistía en denominar a la Internet soviética “Sistema Estatal Automatizado de Contabilidad y Procesamiento de la Información”, o OGAS. Pero, al más puro estilo soviético, no iba a ser un lugar alegre: nada de chats, foros, memes o streams gratuitos. OGAS debía supervisar la planificación de la economía soviética, por ejemplo, la cantidad de productos en las estanterías y el número de trabajadores por turno. ¡La monda!
Funcionaba así: Una red de centros informáticos conectados habría recogido y analizado los datos de todo el país en tiempo real, dando las estrategias más óptimas. Todo el pueblo soviético habría sido registrado. Además, el papel moneda habría quedado obsoleto y se habría sustituido por un sistema de pago electrónico.
En 1970, los ordenadores del gobierno eran capaces de calcular 180 parámetros. En 1985, el número se elevó a 30.000. Pero la idea nunca llegó a materializarse: no había suficiente hardware ni financiación para ponerla en marcha. Al tratarse de una economía planificada, siempre se dio prioridad a las industrias militar y espacial.
Misión a Marte
La llegada a la Luna nunca fue el objetivo final de los ingenieros espaciales soviéticos, sino sólo un peldaño en el camino hacia algo más grande: un viaje al Planeta Rojo, que el jefe de los constructores espaciales Serguéi Koroliov se propuso realizar ya en 1960.
Todo estaba minuciosamente planeado: un cohete superpesado para llegar a la órbita de Marte; una estación autónoma con un ciclo de vida y producción reciclable; un invernadero espacial, etc. Pero la carrera a la Luna dejó el proyecto en suspenso: los soviéticos vieron la posibilidad de que los estadounidenses llegaran primero y las prioridades cambiaron. Después de perder la carrera a la Luna, la primera misión tripulada a Marte volvió a estar en marcha: debía incluir a cinco cosmonautas y estaba prevista para 1985. Pero con la muerte de Koroliov en 1966, el proyecto de viaje a Marte también se estancó y finalmente se canceló.
El Palacio de los Soviéticos
La construcción de este enorme edificio administrativo iba a ser una de las más grandes de toda la historia soviética. El Palacio iba a contar con una estatua de Lenin de 100 metros como aguja y se convertiría en el edificio más alto del mundo de la época con 415 metros. Si el proyecto se hubiera realizado, hoy habríamos visto algo parecido:
El Palacio de los Soviets iba a ocupar el lugar de la derruida Catedral de Cristo Salvador; incluso se consiguió completar los cimientos del proyecto. Pero la Segunda Guerra Mundial detuvo la construcción. Reanimar el proyecto después de la guerra era imposible, así que en su lugar se construyó la mayor piscina al aire libre, la “Moskva”. En la década de 1990, la piscina fue demolida y en su lugar se construyó una copia al carbón de la catedral demolida.
Misil GR-1
El concepto de “misil global” se inspiró en un proyecto estadounidense, que fue rápidamente considerado inviable por los norteamericanos, pero los soviéticos no estaban dispuestos a renunciar a la idea. Así pues, se planificó el GR-1, con la idea de poner en órbita un cohete portador de una cabeza nuclear, que se podría disparar contra cualquier amenaza potencial. No debía haber limitaciones en cuanto a la distancia que podía recorrer: cualquier objetivo del planeta debía estar al alcance de la mano.
“Con un misil de estas características, cualquier elemento de disuasión nuclear quedaría obsoleto. Los misiles globales no pueden ser detectados, lo que hace que cualquier medida preventiva sea inútil desde el principio”, declaró el líder soviético Nikita Jrushchov. En 1956, el mundo vio cómo era un misil de este tipo cuando un “prototipo de trabajo” salió a la Plaza Roja durante el desfile de la Victoria del 9 de mayo, infundiendo temor a los periodistas y líderes occidentales por igual. Sin embargo, el misil no era más que una maqueta que daba miedo, no más que un proyecto escolar de feria de ciencias. La URSS no avanzó más allá de ese punto y el proyecto fue desechado, siendo prohibidos los armamentos espaciales por la Asamblea General de la ONU poco después.
Dando la vuelta a los ríos
El dominio de la naturaleza fue otro ámbito que los soviéticos se atrevieron a conquistar. Este proyecto absolutamente demencial de los años 70 estuvo en marcha durante más de 20 años, con la participación de unos 160 institutos de investigación y desarrollo. El gobierno buscaba la manera de convertir las regiones soviéticas, tradicionalmente secas, en un paraíso agrícola. Incluso pensó durante un tiempo que la investigación era un éxito.
Había otro proyecto “maligno” en desarrollo, llamado “Taiga”, que presuponía la creación de nuevos canales en los ríos de los Urales con la ayuda de 250 detonaciones nucleares. Sin embargo, sólo consiguieron llevar a cabo tres, al darse cuenta de que ya habían hecho un daño irreversible a la ecología. A una conclusión similar se llegó con la idea de invertir los ríos, prevaleciendo el sentido común.
Torre Tatlin
A pesar de que el Monumento a la III Internacional nunca llegó a realizarse, la Torre Tatlin -como también se la conocía- consiguió convertirse en un símbolo de la escuela constructivista en todo el mundo.
Vladímir Tatlin concibió la torre como un símbolo de la Revolución de 1917. La construcción de 400 metros también iba a ser giratoria: su cubo daría una vuelta al año, el cono tardaría un mes, el cilindro un día y la media esfera, sólo una hora. Leningrado (hoy San Petersburgo) no llegó a tener el monumento, ya que a finales de los años 20 el gobierno empezó a dar esquinazo a los vanguardistas, dejando de contratarlos para grandes proyectos.
Iluminar la Tierra desde el espacio
Otro proyecto espacial aparentemente insondable estuvo a punto de ver la luz en la década de 1980. El ingeniero soviético Vladímir Siromiatnikov, que desarrolló el sistema de acoplamiento espacial que utilizamos hoy, meditó la idea de realizar vuelos espaciales con energía solar (en lugar de combustible para cohetes) utilizando espejos espaciales, o velas solares, como las conocemos hoy. De ahí surgió otra idea: ¿y si pudiéramos dirigir un espejo espacial hacia la Tierra y hacer que reflejara la luz del sol hacia nosotros, prolongando así el día?
Incluso consiguieron realizar una prueba de concepto (aunque después de la desintegración de la URSS). En 1993, la nave espacial Progress hizo girar con éxito un reflector colocado junto a la estación espacial Mir, creando un punto de luz sobre la Tierra de ocho kilómetros cuadrados. Viajó a una velocidad de 8 km por segundo a través de Europa, comenzando en el sur de Francia y terminando su viaje en el oeste de Rusia. Aunque ese día estaba nublado, muchas personas dijeron haber visto un destello de luz.
Hubo otro experimento después de ese, pero no tuvo éxito. Uno de los segmentos del espejo marcó el satélite de la Mir. El proyecto se abandonó por considerarse inviable.
Campo de torsión
Los campos de torsión son un concepto hipotético en física, que se refiere a los campos creados a partir de la fuerza de un objeto que gira. En los años 80, la URSS creía en esta teoría con tanta fuerza como la idea de que íbamos a tener una base en la Luna. Se creó todo un programa, en el que participaron el mundo académico, el KGB y el Ministerio de Defensa, para estudiar los efectos de los campos de torsión. Según el científico soviético Anatoli Akimov, la realización del concepto en la práctica conduciría a avances únicos: un motor de torsión, una fuente de energía de torsión, materiales con nuevas propiedades físicas, así como permitir a los geólogos ver a través del planeta, del mismo modo que lo hacen los rayos X (lo que permitiría descubrir más rápidamente los minerales preciosos).
La utópica teoría fue patrocinada por el gobierno, pero no dio ningún resultado, ni ningún hallazgo científico que apoyara la existencia de ninguna de las posibilidades mencionadas. En julio de 1991, en una reunión del Consejo de Ciencia y Tecnología, el programa fue declarado oficialmente pseudociencia y metido en algún cajón.
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