3 lugares mitológicos en los que creían los rusos

Criado por IA / chatgpt
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Del paraíso secreto de los viejos creyentes a la ‘Atlántida rusa’, conozca tres lugares místicos que poblaron el imaginario del pueblo ruso.

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1. Belovódie

Vsevolod Ivanov Pintura por Vsévolod Ivanov.
Vsevolod Ivanov

Entre los viejos creyentes rusos se difundió en el siglo XVIII la leyenda de una tierra aislada y próspera, donde no existían crímenes, miseria ni guerras y donde la vida estaba regida por autoridades espirituales. Según el monje Mark, que afirmaba haber estado allí, Belovódie se encontraba “en el Extremo Oriente, en 70 grandes islas”, abundaba en frutas, arroz, oro y piedras preciosas, y estaba libre de toda influencia del Anticristo. Para vivir allí, era necesario ser rebautizado y, después de eso, jamás volver a salir.

Históricamente, el mito se asoció a los valles de los ríos Bujtarmá y Uimón, en el Altái (frontera de Rusia con China, Mongolia y Kazajistán). En esas zonas remotas, los viejos creyentes fundaron comunidades en el siglo XVIII, huyendo de las reformas de la Iglesia Ortodoxa. Vivían de la caza, la pesca, la agricultura y el trueque con pueblos vecinos, manteniéndose fuera del control estatal.

En el siglo XIX, las historias sobre Belovódie reavivaron el imaginario popular. La más famosa fue la del campesino Dementi Bobiliov, que prometió revelar su ubicación al gobierno a cambio de oro… y desapareció con el dinero. Diversos grupos de campesinos partieron de provincias como Perm, Oremburgo y Nizhni Nóvgorod, atravesando Siberia e incluso partes de China en busca de la “tierra justa y piadosa”. Hoy, el mito sobrevive más como símbolo espiritual que como promesa geográfica.

2. La ciudad de Kítezh

Dominio público "La ciudad de Kitezh", Konstantín Gorbátov, 1913
Dominio público

Esta leyenda no es muy antigua: probablemente se creó en torno al siglo XVII entre los viejos creyentes. En un manuscrito titulado Libro llamado Cronista, escrito en el año 6646, el 5.º día de septiembre, se narra la historia de Kítezh, una ciudad sagrada que no puede ser vista por los humanos. Solo en un clima calmo, alguien con alma y mente puras puede oír campanas y cánticos bajo las aguas del lago Svetloiar, en la región de Nizhni Nóvgorod.

Según la leyenda, la ciudad fue construida en el siglo XII por el Santo Príncipe Yuri (Gueorgui) II de Vladímir. Estaba descrita como una urbe de “muros de piedra blanca, iglesias de cúpulas doradas, monasterios sagrados, terems [casas de nobles] con opulentos adornos, cámaras boyardas de piedra y casas hechas con viejos pinos”.

El relato añade que, cuando Batú Kan atacó las tierras rusas, planeaba tomar Kítezh, “quemar la ciudad, matar y esclavizar a los hombres y tomar a sus esposas e hijas como concubinas”. Sin embargo, cuando su ejército llegó, la ciudad no tenía defensas ni murallas: sus ciudadanos solo oraban con todo el corazón. Entonces, las aguas del lago se alzaron y ocultaron Kítezh al enemigo y al mundo entero. Desde entonces, solo los cristianos de fe verdadera pueden ver su reflejo en las aguas del Svetloiar, apodado por la leyenda como la “Atlántida rusa”.

Parte de la historia se basa en hechos: el gran príncipe de Vladímir, Yuri Vsévolodovich, nieto de Yuri Dolgoruki, combatió realmente contra Batú en 1238 y fue derrotado en la batalla del río Sit. Lo demás es pura invención. Incluso hoy, viajeros acuden al Svetloiar con la esperanza de ver el brillo de sus cúpulas doradas o escuchar cantos que emergen de las profundidades.

3. Lukomórie

Museo ruso
Museo ruso

La palabra Lukomórie significa “borde del mundo” y literalmente podría traducirse como “costa curva”, una línea semejante a un arco. El lingüista y etnógrafo Fiódor Busláev escribía que Lukomórie era un lugar sagrado en la periferia del universo, donde se hallaba el Árbol del Mundo o eje del cosmos. Sus raíces estaban en el inframundo, sus ramas tocaban el cielo, y los dioses subían y bajaban por él.

Lukomórie se volvió extremadamente popular en Rusia gracias a la obra Ruslán y Liudmila de Alexánder Pushkin, que abre con los versos: “En Lukomórie hay un roble verde, y atada a él una cadena de oro, y en el extremo de la cadena, día y noche, un gato sabio da vueltas sin cesar” (traducción libre).

En los primeros mapas europeos, el nombre “Lucomoria” se aplicaba al golfo del Obi, una gran bahía del Océano Ártico. Sin embargo, en las crónicas rusas y en la literatura temprana, Lukomórie designaba a los territorios del sur, cerca de los mares de Azov y Negro, que para los rusos medievales eran el verdadero fin del mundo, el lugar donde todo terminaba.

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