Todo lo que no sabías sobre la leyenda de los hombres lobo en Rusia
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Uno de los cuentos más citados, que puedes leer en ruso en Russkaya Istoria habla de un campesino desaparecido durante años. Su hijo encontró un cuchillo clavado en la tierra y lo retiró sin darle importancia. Lo que nadie sabía es que aquel hierro era el objeto mágico que permitía al padre recuperar su forma humana: cada vez que saltaba sobre él, se transformaba en lobo. Al retirar el cuchillo, quedó atrapado en esa piel durante tres años. Solo cuando alguien volvió a clavar el arma en el mismo lugar pudo regresar a casa, cubierto de pelo de lobo que le fue arrancado en la bania hasta recobrar su aspecto humano.
Otro relato habla de un lobo cojo que se acercó a una muchacha. Ella, armada de valor, descubrió que tenía una astilla clavada en la pata y se la extrajo con su pañuelo. El animal soportó el dolor en silencio, hasta que apareció el novio celoso de la joven y lo apuñaló. De inmediato la piel se desprendió como una capa, revelando el cuerpo de un vecino desaparecido años atrás. Según contó después, toda una boda había sido transformada en lobos por un brujo despechado, y él vagaba desde entonces alrededor de su aldea.
¿Y si no es maligno del todo?
Estos episodios, recogidos en colecciones de leyendas, muestran que el volkodlak no era un ser maligno por definición. De hecho, en varios juicios de brujería celebrados en Livonia y Letonia en los siglos XVI y XVII, campesinos declararon que los hombres-lobo eran “perros de Dios”: luchaban contra el diablo, devolvían lo que las brujas habían robado y hasta curaban a enfermos y animales. Su función social no era destruir, sino proteger.
Los estudiosos creen que detrás de estas historias hay algo más que superstición. En la Antigüedad, muchas culturas indoeuropeas identificaron al lobo con el dios de la guerra. Guerreros de Grecia, Roma o Germania vestían pieles de lobo en sus iniciaciones, y algunos ejércitos romanos mantenían portaestandartes con cabezas de lobo. En el Báltico y en la Rusia antigua, los volkodlak aparecen como cofradías guerreras que se organizaban como manadas: tenían jefes, rituales de iniciación, reuniones en solsticios y pruebas físicas como saltar muros o cuchillos clavados en troncos. Todo ello apunta a un trasfondo de disciplina militar y ritual antes que a un mito terrorífico.
Heródoto ya hablaba de los “neuros”, un pueblo escita que, según la tradición, se transformaba en lobos una vez al año. Siglos más tarde, cronistas europeos como Olaus Magnus o Sebastián Münster recogieron testimonios sobre hombres lobo en Livonia, considerados durante mucho tiempo como un rasgo característico de esa región.
Mientras los teólogos los asociaban con la brujería y los inquisidores los interrogaban bajo tortura, los campesinos seguían viéndolos como vecinos peculiares, con un pie en el mundo humano y otro en el animal.
En Rusia, como explican en Varvar.ru estas creencias sobrevivieron durante siglos, mezclándose con los cuentos, los conjuros y las supersticiones campesinas. Los hombres lobo podían ser producto de un hechizo, de un castigo materno (“maldecir al hijo al viento”) o de un rito con cuchillos y hierbas mágicas. Pero a diferencia de la tradición occidental, no eran condenados sin remedio: un volkodlak podía recuperar su forma humana si se le cubría con un abrigo, si se le daba comida que hubiese sido bendecida o si se restablecía el ritual interrumpido.
Hoy, el mito del hombre lobo sigue fascinando porque condensa una ambivalencia muy humana: la de convivir con nuestro lado salvaje sin perder del todo la razón. Para los eslavos y los pueblos bálticos, no era tanto un monstruo como un recordatorio de que el límite entre la bestia y el hombre nunca ha sido tan claro como creemos.