Cómo se prohibió el matrimonio con extranjeros en la URSS
La mansión Jaritónenko en el malecón Sofíyskaia de Moscú, sede de la embajada británica en la URSS, fue visitada en varias ocasiones por Herbert Wells, Isadora Duncan, Winston Churchill... Desde agosto de 1945 15 mujeres rusas que, en diferentes circunstancias, conocieron a súbditos británicos y se convirtieron en sus esposas, vivieron aquí como si fuesen rehenes.
Los británicos llegaron a la Unión Soviética de diversas maneras, por ejemplo, como técnicos que participaban en la industrialización de la URSS o como marineros en los llamados “convoyes árticos“ que entregaban productos de préstamo y arriendo a los puertos de Arcángel y Múrmansk. Aunque se desaconsejaba el contacto con la población rusa, se forjaron amistades y afectos, y durante la guerra se registraron 35 matrimonios entre mujeres rusas y británicas. Veinte esposas consiguieron viajar al extranjero con sus maridos, y 15 fueron detenidas en la frontera: la guerra había terminado, y los órganos de seguridad del Estado soviético se oponían ferozmente a que los súbditos soviéticos se trasladasen a Gran Bretaña. Aunque fuese para seguir a sus maridos.
‘Traigan de vuelta a nuestras esposas’
Temiendo ser perseguidas por el NKVD, las mujeres recurrieron a la embajada británica. Entre ellas estaban Liudmila Jójlina, la esposa de Peter Squire, un diplomático británico. Al terminar la guerra, su marido fue llamado a su país de origen, pero a Liudmila se le negó el permiso para salir. En Londres, Peter y otros maridos británicos se plantaron frente a la embajada soviética con una pancarta que decía: “¡Traed de vuelta a nuestras esposas!” Pero en vano. Mientras tanto, en la URSS, el embajador británico convocó a las 15 damas y les ofreció el divorcio. Casi todas estuvieron de acuerdo. En 1948 Izvéstiya publicó una carta “abierta” (que en realidad probablemente ni siquiera fue escrita por la propia Liudmila) de Liudmila Squire (Jójlina) que decía entre otras cosas: “Al enterarme de que mi marido participó en una campaña antisoviética, no quiero seguir siendo la esposa de un hombre así. A pesar de ello, acabó cumpliendo casi ocho años en campos de trabajo soviéticos”.
No fue hasta 1960 que Liudmila pudo escribirle a Peter; él no la olvidó y esperó mucho tiempo para saber de ella, pero finalmente se casó, de nuevo con una rusa. Y de las 15 damas “casadas”, sólo una, Clara Hall, pudo ir a Gran Bretaña. Se negó a abandonar la embajada y permaneció allí durante 18 meses, hasta que finalmente fue deportada de la URSS.
Naturalmente, esta crueldad se debía al temor de los servicios de seguridad soviéticos a que las mujeres se convirtieran en informantes y espías, y, como atestiguó más tarde la periodista rusa Olga Golubtsova, efectivamente hubo casos de este tipo: los británicos reclutaron a unas ocho chicas en Arcángel, recogiendo sus firmas para trabajar para los servicios de seguridad británicos. Una de ellas, Antonina Trofímova, fue desenmascarada por las autoridades y, bajo presión, desenmascaró a las demás. Todas estas “espías” fueron encarceladas en campos de trabajo, al igual que Antonina por “traición a la patria”". Sin embargo, en realidad, estas chicas apenas podían llegar a fin de mes (durante la guerra, la ración de alimentos en Arcángel no era mucho mayor que en la sitiada Leningrado) y simplemente se sentían halagadas por la comida y la ropa que les regalaban los adinerados ingleses (no siempre con motivos egoístas, por cierto). Hubo algunos romances ruso-británicos que fueron sinceros, pero incluso estas parejas fueron víctimas de la ley que prohibía los matrimonios con extranjeros.
A un gulag por amor
En 1917, el régimen soviético abolió los matrimonios por la iglesia y las bodas tradicionales. La libertad de las relaciones familiares y sexuales formaba parte de la nueva cultura soviética. El matrimonio con un extranjero no era una sorpresa para nadie, hubo famosas parejas mixtas: Serguéi Yesenin y la estadounidense Isadora Duncan, Serguéi Prokófiev y la española Lina Codina, el ministro de Asuntos Exteriores Maxim Litvínov y la británica Ivy Law, por nombrar algunas. Sin embargo, a finales de los años 30, la legislación sobre la familia comenzó a endurecerse. En 1936 se prohibió el aborto. Al mismo tiempo, los procedimientos de divorcio se complicaron: ahora ambos cónyuges debían comparecer ante el tribunal y pagar una tasa judicial (100-200 rublos). En 1944 las tasas aumentaron considerablemente: ahora costaban de 500 a 5.000 rublos (la mayoría de la población no disponía de ese dinero: el salario medio en la URSS en 1939 era de unos 4.000 rublos al año). En 1940, en Moscú había entre 10 y 12 mil parejas divorciadas al año, en 1945 hubo 679 divorcios.
Tras la guerra, el país perdió decenas de millones de hombres y mujeres en edad de trabajar. Algunos soldados soviéticos consiguieron fundar familias mientras el contingente del Ejército Rojo estaba en Europa; no todos los prisioneros tomados de los territorios ocupados volvieron a casa. Los soviéticos eran reacios a la reagrupación familiar, principalmente por el peligro de la doble nacionalidad de los cónyuges. La historia de las 15 esposas de ciudadanos británicos también tuvo su impacto y en 1947 se aprobó una ley que prohibía completamente los matrimonios entre ciudadanos soviéticos y extranjeros. La versión oficial fue esta: “Nuestras mujeres, casadas con extranjeros y que viven en el extranjero, se sienten mal en un entorno desconocido y sufren discriminación”.
Los infractores de esta ley fueron condenados en virtud del artículo 58: actividad antisoviética. Las historias más famosas ocurrieron inmediatamente antes y después de la aprobación de la ley. Álvaro Cruz López de Heredia, hijo del embajador de la República de Chile en la URSS, se casaba con Lidia Lésina, de 19 años, en 1946. Con la adopción de la nueva norma sobre los matrimonios con extranjeros, la pareja quedó fuera de la ley, y al mismo tiempo la URSS rompió las relaciones diplomáticas con Chile. La pareja se instaló en el Hotel Nacional y permaneció allí durante cinco años. Finalmente lograron ir a Chile, aunque en su tierra natal, el marido de Lésina se volvió loco.
Robert Tucker, traductor de la embajada de Estados Unidos en Moscú, se casó con Evguenia Pestretsova en 1946. Cuando el servicio de Tucker en la URSS terminó, descubrió que a su mujer no se le permitía salir del país. No tuvieron que esconderse, pero Tucker se quedó en la URSS: trabajó como traductor a tiempo parcial en las embajadas de Canadá e India. Sólo después de la muerte de Stalin, la pareja logró salir de la Unión Soviética.
Ni siquiera las personas famosas lograron siempre escapar. La actriz Zoya Fiódorova tuvo un romance con un hombre peligroso: Jackson Tate, un agregado militar en la embajada de Estados Unidos. Pronto fue expulsado de la Unión Soviética, pero Fiódorova estaba esperando un hijo suyo. La paternidad no pudo ser ocultada. Fiódorova recibió una condenada de 25 años en un campo, su hermana María, que la ayudó durante el embarazo, recibió 10 años y murió en un campo. Su hija recién nacida, Victoria, tuvo que ser entregada a otra hermana que permaneció libre; la niña conoció a su madre cuando ya tenía 9 años y Zoya Fiódorova fue rehabilitada. No vio al padre de su hija hasta 1976.
‘Buscando a un marido extranjero como medio de transporte’
La prohibición oficial de casarse con extranjeros en la URSS se levantó en 1953, tras la muerte de Stalin. Además, el matrimonio con un ciudadano de otro país no implicaría un cambio de ciudadanía para un ciudadano de la URSS. El “deshielo” pareció haber influido beneficiosamente en las relaciones entre la Unión Soviética y el “extranjero”: en 1957 Moscú acogió el Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes, y en 1960 se inauguraba la Universidad de la Amistad de los Pueblos. Sin embargo, para casarse con un ciudadano extranjero en aquellos años había que reunir un gran número de documentos y referencias, mantener más de una conversación con las autoridades, exponiendo todos los detalles de la relación de pareja. En general, en los años 1950-1960 cualquier relación con un extranjero te convertía automáticamente en ser objeto de vigilancia constante por parte del KGB. A los que se casaban se les podía incluso expulsar del Partido, despedir de su trabajo o trasladar a regiones remotas. Para no estropear la imagen moral de un hombre soviético.
La atleta Inga Artamónova conoció a un atleta sueco en una competición en Suecia y empezó a intercambiar cartas con él cuando volvió a Moscú. Se rumorea que los agentes del KGB hablaban a diario con la atleta, incluso tendiéndole una emboscada cuando volvía a casa del trabajo y describiéndole el castigo y las penurias que les esperaban a Artamónova y a sus familiares. Artamónova obedeció y puso fin a su correspondencia con el sueco. Murió a los 29 años tras ser apuñalada por su marido, el atleta Gennadi Voronin, al sospechar que le engañaba.
Ni siquiera la nomenklatura de más alto rango pudo escapar de la vigilancia y las prohibiciones. Liubov Brézhneva, hija del hermano del Secretario General Yákov, conoció a un militar alemán llamado Helmut, que estudiaba en Moscú. Los amantes fueron simplemente seguidos durante unos meses y luego amenazados: los agentes dejaron deliberadamente un desorden en el piso de Brézhneva para hacerle saber que se estaban realizando registros en su ausencia, y su amante fue convocado al Ministerio de Defensa de la URSS y se le pidió que abandonara el país. Sus lazos de parentesco con Leonid Brézhnev no ayudaron. Cuenta la leyenda que él mismo le dijo a su sobrina: “Te dejaré ir y otras huirán”, aparentemente queriendo decir que a muchas chicas de familias soviéticas de alto rango no les importaba irse al extranjero, pero la Madre Patria no las dejaba.
Después de 1969, cuando se adoptó un nuevo Código del Matrimonio y la Familia, los matrimonios con extranjeros se hicieron más fáciles. Es cierto que sólo podían contraerse en las oficinas especializadas del registro civil de las grandes ciudades, pero la vigilancia de un extranjero como cónyuge ya no era endémica. Se puso de moda casarse con extranjeros para ir al extranjero, especialmente a Israel y Estados Unidos. El matrimonio con extranjeros se convirtió en objeto de bromas: “Buscando a un marido como medio de transporte”, bromeaban las mujeres soviéticas. Y para aquellos que trabajaban en el ámbito cultural, el matrimonio con un extranjero era un factor chic. Vladímir Vysotski se casó con la actriz francesa Marina Vlady (aunque su padre era ruso), el poeta Yevgueni Yevtushenko se casó con la irlandesa Jan Butler, el director Andréi Konchalovski contrajo matrimonio con la francesa Viviane Gaudet... Pero los matrimonios con extranjeros no fueron sólo un privilegio de la nomenclatura: en 1987, en Leningrado, el guitarrista del grupo Kinó, Yuri Kasparián, se casó con la estadounidense Joanna Stingray.
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