¿Qué ocurre en estas dos pinturas emparejadas de Vladímir Makovski?

Galería Tretiakov, Museo Ruso
Galería Tretiakov, Museo Ruso
Estas obras provocaban una tormenta de emociones: ante la primera, los espectadores lloraban; ante la segunda, suspiraban aliviados.

La inspiración del juicio

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En la década de 1870 se celebraban en Rusia sonados juicios contra revolucionarios populistas. Toda Rusia seguía de cerca aquellos procesos: a los jóvenes idealistas se les dedicaban poemas, y escritores famosos como Mijaíl Saltikov-Shchedrín y Nikolái Nekrásov escribían artículos sobre ellos.

Uno de esos procesos fue el “Juicio de los Cincuenta”, que comenzó en invierno de 1877 en San Petersburgo. En el banquillo se sentaron 53 personas acusadas de crear una sociedad secreta y preparar un golpe de Estado. Sus participantes (muy jóvenes todos ellos) conseguían trabajos en fábricas y talleres para hablar con los obreros sobre su situación precaria y sobre la posibilidad de participar en una insurrección armada. Todos fueron condenados a trabajos forzados por plazos de 3 a 10 años y enviados al exilio en Siberia.

Entre quienes asistían a las sesiones del juicio estaba el pintor Vladímir Makovski. Sus impresiones las plasmó en las dos pinturas: El condenado y La absuelta.

La última despedida del hijo

Museo Ruso
Museo Ruso

“Ante el cuadro de Makovski la gente llora”, comentaba el pintor Iván Kramskói sobre El condenado. Y no era para menos. El protagonista, un joven con bata de presidiario, es escoltado por guardias armados, que apartan a sus familiares. A juzgar por todo, esta es su última despedida antes de ser enviado a trabajos forzados. La gravedad de su destino queda reflejada en la gorra firmemente apretada entre sus manos.

Museo Ruso
Museo Ruso

Uno de los guardias mira hacia atrás, visiblemente molesto, a la madre del muchacho, que parece juntar las manos en un gesto de súplica. Tras ella llora un hombre joven con un abrigo raído sujeto con una cuerda, quizá el hermano del condenado. A la izquierda, detrás del hombro del gendarme, se ve a un hombre mayor, el padre del arrestado. Ignorando la tragedia que se desarrolla ante sus ojos, dos abogados continúan tranquilamente su conversación. Los “autores” de las sentencias excesivamente severas no se interesan en absoluto por las consecuencias de sus decisiones.

Museo de Bellas Artes de Volgogrado de I.I. Mashkov
Museo de Bellas Artes de Volgogrado de I.I. Mashkov

El artista pintó dos versiones del cuadro: en una, el protagonista es de origen campesino; en la otra, es un intelectual. Muchos criticaron el tema y a los personajes, creyendo que Makovski perturbaba la paz pública con un argumento demasiado atrevido. Sin embargo, otros apoyaron la elección del pintor. “Aquí todo está en orden, todo sigue su curso, solo que unas cuantas vidas y personalidades humanas han sido desgarradas y destruidas”, escribía el reconocido crítico Vladímir Stásov.

El regreso de la hija

Galería Tretiakov
Galería Tretiakov

En el juicio también había mujeres entre los acusados. Por eso, tres años después Makovski pintó La absuelta, su pareja. La escena transcurre en la sala del tribunal: el proceso ha terminado y la protagonista se libra felizmente de la prisión. Sus padres, junto con su hermana menor, corren a abrazarla. La joven aprieta contra sí a su hijo: no los separarán, como ella temía.

La sala se va vaciando: el juez y los jurados se marchan, un gendarme observa con mala cara al grupo de familiares eufóricos, y el abogado también los mira. A la muchacha le ha tocado la suerte grande: en las décadas de 1870 y 1880, más de un centenar de mujeres fueron condenadas por causas políticas.

Insatisfecho con el carácter excesivamente apacible de la escena, Makovski pintó en 1900 otra versión de La absuelta. Las siluetas de quienes salen de la sala son más difusas, la reja de hierro que delimita el espacio de los acusados se vuelve más alta y maciza. En el fondo se distingue un retrato del emperador Alejandro II, bajo cuyo reinado se instauró el tribunal y el jurado.