La vida en los asentamientos alemanes de las estepas siberianas
Si observamos a los alemanes étnicos en la Rusia actual, descubriremos, entre otros, a los descendientes de los menonitas (una rama protestante pacifista), que llegaron a Rusia en el siglo XVIII invitados por Catalina II. También están los colonos de la “reforma Stolipin” de principios del siglo XX, a los que se prometió tierra para que la utilizaran a su antojo. Otro grupo de alemanes son los llamados “recién asentados”, descendientes de alemanes rusos y soviéticos procedentes de antiguas repúblicas soviéticas. También están los reasentamientos forzosos de personas durante el periodo soviético, cuando los alemanes étnicos fueron transportados en trenes de carga a Siberia, borrando rápidamente cualquier recuerdo de su existencia en las regiones de Crimea y el Cáucaso.
Hoy, las personas que se identifican como alemanas son unas 400.000 en Rusia, la mayoría en Siberia y la región de los Urales (Altái y la región de Omsk tienen unas 50.000 cada una, mientras que las regiones de Tiumén, Chaliábinsk y Kémerovo y Krasnodarski Krai están habitadas por unas 20.000 cada una. También hay una minúscula población de varios miles en las ciudades de la región del Volga).
En todos estos lugares se hablan diversos dialectos del alemán y el ruso, y se celebran actos culturales de forma igualmente variada. Y, de paso, hacen unas salchichas increíbles. Preguntamos a sus habitantes cómo consiguen conservar las tradiciones de sus antepasados.
Amistad entre culturas
Marina Tarásova (de soltera Nuss, “Nuez” en alemán) se trasladó a la región de Omsk desde Kazajstán tras la disolución de la URSS en 1991. Primero vivió en el pueblo alemán de Novoskátovka (a 140 kilómetros de Omsk). Compró su primera casa a una familia que se marchaba, antes de trasladarse a Azovo (a 45 kilómetros de Omsk) hace tres años. Ahora dirige el museo de estudios regionales de la zona y dedica su tiempo a estudiar la cultura de sus habitantes alemanes, coleccionando antigüedades y fotos de diversos estilos de vida.
Su pueblo, Azovo, es el mayor pueblo “alemán” de Siberia y, tal vez, de toda Rusia. Se fundó en 1909 con el propósito de asentar a los alemanes de la región de Malorosiya, a quienes se prometió tierra libre. “El pueblo de Aleksandrovka fue el primero en aparecer en 1893, seguido de Priválnoie, luego Sosnovka, Novinka (con varias casas alemanas tradicionales); después, en 1904, comenzó una afluencia propiamente dicha de alemanes”, cuenta Marina.
En total, la zona de Azov, creada en 1992, tiene 25.000 habitantes, pertenecientes a decenas de nacionalidades: rusos, ucranianos, estonios, kazajos, mordavos y uzbekos, entre otros. La mitad de ellos, sin embargo, tienen raíces alemanas. “Cuando la zona acababa de establecerse, había muchos ‘alemanes rusos’ esperando a ser reubicados”, continúa Marina. “Alemania participó activamente en la ayuda en aquel momento, enviando vagones de tren para viviendas temporales. Hoy, las familias construyen sus propias casas, a menudo al estilo europeo”.
Los residentes locales estudian alemán desde el jardín de infancia, aunque la escasez de profesores se hace sentir ante el crecimiento de la población, dice Marina. Los adultos también pueden estudiar el idioma en los centros culturales locales (son 18 en toda la región, uno por casi cada asentamiento). También hay clubes de actividades gratuitas, que recuerdan mucho a la época soviética, aunque con alemanes: en vez de recortar copos de nieve de papel, los niños aprenden a hacer calendarios de Adviento para Navidad.
Azovo celebra sus ocasiones culturales con una mezcla de costumbres rusas y alemanas: Para muchas familias, la Navidad es el 25 de diciembre; para otras, el 7 de enero. La Pascua se celebra según el calendario católico, pero el pan ruso kulich y la pintura de huevos se conservan de la tradición ortodoxa. Además, algunas familias siguen observando la antigua costumbre de colgar versículos de la Biblia cosidos a mano, o spruchs.
Un pueblo para adolescentes difíciles
Al igual que en Alemania, los asentamientos tienen sus propias cervecerías, panaderías y fábricas de carne. Marina organiza desde hace tiempo visitas gastronómicas regionales.
“Recibimos turistas no sólo de Alemania, sino también de China, Canadá, Bélgica e Israel”, explica.
Además, se pueden vislumbrar catedrales pertenecientes a distintas confesiones: la mayoría de los residentes son luteranos, pero también hay católicos, protestantes y cristianos ortodoxos. "En la zona de Isikul, en la región de Omsk, también tenemos los pueblos de Sólntsevka y Appolónovka, donde viven los menonitas, que son muy diferentes de los nuestros. Por ejemplo, tienen la costumbre de reunir a todos los habitantes del pueblo para construir una casa y celebrar el final del curso escolar", dice Marina.
Como otros rusos alemanes, tiene derecho a reunirse con sus parientes en Alemania. Pero no quiere trasladarse allí. “Siempre los visito con gusto, pero quiero trabajar aquí. Soy una persona sociable, siempre anhelo un papel activo en el trabajo social, y eso es algo que echaría de menos si me trasladara allí”.
Los alemanes de Alemania visitan con frecuencia Siberia: además de las visitas familiares, hay intercambios culturales y un programa de reeducación de adolescentes problemáticos. Para muchos de ellos, los programas son la única oportunidad de evitar la cárcel. Así que aceptan venir a Siberia por voluntad propia, a una vida sin las comodidades tradicionales a las que todos nos hemos acostumbrado, como calefacción central, un baño caliente, etcétera. Según los medios de comunicación alemanes, al final de cada ciclo del programa, hasta el 80% de estos adolescentes se rehabilitan y nunca vuelven a sus hábitos antisociales.
Una ‘media ciudad’ en la estepa
La zona de mayoría alemana de la región de Altái, vecina de la región de Omsk, se creó en 1927 y se disolvió en 1938, antes de volver a formarse en 1991. El área contiene 16 pueblos, con sólo 16.000 habitantes en total: unos 1.000 individuos en cada asentamiento. La ciudad más cercana es Slávgorod, a unos 30 km. La capital regional, Barnaul, está a unos 430 km de los pueblos.
Los turistas saben que han llegado a las partes alemanas, ya que son recibidos por una gran pancarta en alemán y ruso. Cada pueblo tiene su propio hospital ambulatorio, escuelas, campos de deporte y centros culturales. Todas las señales y nombres administrativos están duplicados también en ambos idiomas.
Los pueblos alemanes de Altái se caracterizan por sus anchas carreteras asfaltadas, setos bajos en lugar de vallas y robustas casas de ladrillo situadas dentro de zonas delimitadas. “Aquí todas las casas son idénticas, existen dos y cada una tiene un cuidado patio privado", dice Vladímir Mijáilovski, residente del pueblo de Grishkovka, que se trasladó aquí hace varios años desde Kazajistán. Vladímir enseña química y biología en la escuela local. Dice que intenta atenerse a las tradiciones transmitidas por sus padres, y celebra las costumbres locales según la tradición católica.
"Todos los actos que se celebran en nuestro pueblo contienen algunos elementos de la cultura alemana: canciones, bailes, etc.", explica. "También hay un museo dedicado a la vida de los alemanes rusos, así como un festival anual (el Sommerfest) donde se pueden degustar diversos platos nacionales".
La mayoría de los habitantes subsisten gracias a la agricultura. A estas tierras, rodeadas de innumerables lagos de la estepa Kulundínskaia, se las conoce amistosamente como “Chernozemie siberiano” (“Tierra Negra”, región del centro de Rusia). Se considera que el centro de la zona es el asentamiento de Halbstadt, fundado en 1908 (1.700 habitantes) y traducido aproximadamente del alemán como “media ciudad” (Halb-stadt). Los residentes que se identifican como alemanes son aproximadamente un tercio de esa población.
La principal empresa local es “Brücke” (“Puente”), fundada en 1995 con ayuda del Gobierno alemán. Elaboran salchichas y salchichones siguiendo las tradiciones y tecnologías clásicas alemanas, con ingredientes naturales de origen local. Por eso, los residentes de otras zonas acuden aquí con frecuencia en viajes gastronómicos. El director de la fábrica, Petr Boss, está orgulloso de la calidad del “orden alemán, unido a la amplitud rusa” inherente al lugar. Da trabajo a más de 250 personas.
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