Cuando la URSS diseñó un submarino volador para usarlo en la Segunda Guerra Mundial
En los años 30, mientras estudiaba en la Academia de Ingeniería Naval Dzerzhinski de San Petersburgo, el alumno Borís Ushakov tuvo una idea propia del mismísimo Julio Verne. Para sorpresa de los académicos de la institución educativa soviética, sobre los papeles que presentó aquel estudiante aparecían los planos de una especie de submarino con alas… o un hidroavión sumergible.
El proyecto de Ushakov como no podía ser de otra forma, llamó la atención del Ejército soviético, que le encargo la producción del ingenio anfibio. Según la revista New Scientist, el inventor trabajó en la creación de este aparato híbrido entre 1934 y 1938.
El proyecto tuvo que esperar hasta 1937 para ser aprobado por el profesor y jefe del departamento de táctica militar del Instituto de Investigación Científica y Construcción Naval de la Marina de Guerra, Leonid Goncharov: “Lo deseable es continuar el desarrollo del proyecto para descubrir si es real llevarlo a cabo”, escribió el científico.
Poco a poco, sobre el plano, el avión-submarino fue adquiriendo su aspecto exterior y estructura interna.
¿Y cómo era?
Por su aspecto, la máquina se parecía más a un avión que a un submarino. El aparato sería totalmente metálico y pesaría unas 15 toneladas, transportaría a tres tripulantes y teóricamente podría desarrollar una velocidad de vuelo de hasta 200 km/h. Tendría una autonomía de 800 km. La velocidad bajo el agua era de 3-4 nudo y la profundidad máxima en poder ser alcanzada se estimaba en 45 metros, mientras podría navegar entre 5 y 6 km.
La superficie de las alas y el empenaje debían estar hechos de acero, mientras que los flotadores estarían fabricados con duraluminio. Estos últimos estaban pensados para llenarse, gracias a unas válvulas, con agua cuando el aparato bajase a las profundidades marinas. La superficie del futuro submarino volador tendría que ser tratada periódicamente con pinturas y barnices especiales, para evitar la corrosión del agua salada.
Como armamento, se instalarían dos monturas especiales para torpedos de 18 pulgadas debajo del casco.
¿Cómo atacaría?
Mientras estaba bajo el agua, el submarino volador rastrearía a los barcos enemigos y esperaría a que estuviesen a la distancia adecuada antes de surgir desde las aguas para abatirse sobre su presa desde el aire y torpedearla. Luego podía volver a sumergirse, para esperar a su siguiente víctima.
Otro uso previsto era el de infiltrarse en bases navales enemigas, casi siempre bloqueadas por minas. El submarino volador sobrevolaría estos artefactos explosivos para luego amerizar y sumergirse en aguas libres, donde actuaría como un submarino convencional antes de volver a despegar para volver a casa.
Según los impulsores del proyecto, con el uso combinado de tres de estos aparatos podría establecer un perímetro seguro de quince kilómetros en cualquier zona elegida, evitando así que buques enemigos se acercasen al objeto de la defensa.
¿Y qué pasó con él?
El 10 de enero de 1938 el proyecto fue analizado por segunda vez por los especialistas del Instituto de Investigación Científica y Construcción Naval de la Marina de Guerra. Todos entendieron que el proyecto estaba “verde” y que requería una inversión gigantesca cuando a lo mejor el resultado podría ser nulo. Su velocidad era demasiado baja para convertirlo en un arma estratégica. ¿Para qué invertir tantos recursos en algo que podían hacer los submarinos soviéticos y los aviones torpederos ya existentes?
Según la revista Life in Russia, en 1943, el jefe de NKVD Lavrenti Beria ordenó la reactivación del proyecto y en 1947 se realizó una prueba del submarino volador. Sin embargo, lo que sabemos a ciencia cierta es que ni la marina de guerra germana, ni la japonesa, fueron jamás atacadas por una escuadrilla de submarinos voladores soviéticos.
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