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De ‘vanka’ a ‘cochero temerario’: la jerarquía de los cocheros en la Rusia imperial

El oficio de cochero en la Rusia del siglo XIX se consideraba lucrativo, pero duro. Invierno gélido, verano abrasador, entretiempo desagradable, caminos horribles y una competencia feroz: condiciones para gente fuerte. Aun así, con frecuencia este trabajo se convertía en un rápido ascensor social para el cochero.

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‘Vanka’

Mijaíl Zagoskin escribía en Moscú y los moscovitas: “¿Por qué todos los cocheros baratos, que aparecen en Moscú en invierno y desaparecen en verano, se llaman vankas? ¿Será porque el primer campesino que decidió abandonar su aldea en invierno y venir a Moscú a ganarse la vida como cochero se llamaba Iván?”

En efecto, los “vankas” eran los cocheros más baratos y, en su mayoría, campesinos temporeros: trabajaban en la ciudad en otoño, invierno y principios de primavera y, con el buen tiempo, regresaban al pueblo para sembrar, segar y trillar.

El “vanka” era el transporte de clase económica. El carruaje era casero; la guarnición, a ratos hecha con cuerdas; el caballito, flaco y campesino, más acostumbrado a arar y tirar de cargas que a serpentear por las calles. Por cierto, el “vanka” conocía mal la ciudad, sobre todo al comienzo de su carrera, por lo que a menudo sufría la ira del cliente o se quedaba sin cobrar.

Generalmente vestía un armiak sencillo (abrigo de paño) y en la cabeza un sombrero alto de piel de cordero. En la ciudad, este cochero ahorraba en todo: se alojaba en mesones de las afueras, comía lo que hubiera y no esperaba en la “bolsa” oficial (las paradas designadas por el ayuntamiento), sino donde pudiera captar pasajeros: junto a una taberna, el mercado o un cruce concurrido. Sus clientes solían ser cocineras, amas de llaves o dependientes. Un comerciante, un oficial o un médico podían perder estatus si se permitían ir en un “vanka”.

Pese a la vida dura y los contratiempos que acechaban al novato en la gran ciudad, muchas veces el “vanka” lograba ahorrar en una temporada 150–200 rublos, de los que pagaba el obrok (renta) al señor y llevaba regalos a la familia. Era un oficio rentable; por eso, al año siguiente podía llevar consigo a su hijo mayor como ayuda.

Golúbchik o ‘medio temerario’

Si al “vanka” le iba bien, en 3–5 años podía ascender en la jerarquía hasta golúbchik o “medio temerario”. Sus caballos ya eran más jóvenes y vivos; la guarnición, de mejor calidad; en invierno llevaba trineo (forrado por dentro con piel de oso) y en verano una proliótka más nueva.

El golúbchik tenía puesto fijo en la “bolsa” y pesebre estable para el caballo. Su aspecto también mejoraba: a menudo vestía armiak de cochero, ceñido con faja, y gorra de terciopelo. Llevaba a la clase media urbana y no se agotaba demasiado en el trabajo. Pasaba bastante tiempo en las tabernas ampliando su red de contactos para, con suerte, pasar a “temerario”.

‘Temerario’ (lijach)

Borís Kustódiev "Temerario". 1920
De la colección del Apartamento Museo Isaak Brodsky. Ignátovich / Sputnik

En lenguaje moderno: taxi de lujo. Primero, los “temerarios” tenían los caballos de raza más caros, bien cuidados y con guarniciones vistosas. Segundo, un carruaje elegante, a la última moda. Tercero, el propio cochero iba hecho un dandi: chaquetilla de terciopelo, sharovari (pantalones bombachos), gorro de castor y botas relucientes.

Y, lo principal: el “temerario” trabajaba “a llamada”. Diana Lóguinova, en su artículo El perfil profesional de los cocheros en Rusia en el siglo XIX y comienzos del XX, señala que “sus clientes eran personas acomodadas, que a veces los contrataban por un tiempo determinado, a cierta hora y lugar (junto a los mejores hoteles, tabernas, etc.), y muchachas ligeras de cascos (prostitutas). Eran ellas las que constituían la principal fuente de ingresos del lijach, pues pagaban por sí mismas y, a menudo, por un segundo pasajero. Así, su base de clientela era amplia: al conocer a muchos, podía proteger y mediar, y en ocasiones convertirse en prestamista o tratante”.

Este modo de trabajo proporcionaba al “temerario” un ingreso considerable, más las propinas, o, como también se decía, “para el vodka”.