Así fue aplastado en Stalingrado el 6º Ejército de Paulus (Fotos)
El 23 de noviembre de 1942, durante la ofensiva estratégica bautizada con el nombre en clave de “Operación Urano” las tropas soviéticas completaron el cerco de la agrupación de 330.000 hombres de la Wehrmacht en Stalingrado. Todo el 6º Ejército de Friedrich Paulus y también parte de las fuerzas del 4º Ejército Panzer de Hermann Hoth se encontraron metidos en un “caldero”.
“Aturdidos y confusos, no dejábamos de mirar nuestros mapas de Estado Mayor, en los que las líneas y flechas rojas marcaban la dirección de numerosos ataques enemigos, maniobras de flanqueo y sectores de ruptura”, recordaría Joachim Wieder, oficial de la sección de inteligencia del 6º Ejército. “A pesar de todas nuestros temores, ¡nunca habíamos imaginado que fuera posible una catástrofe de tales proporciones!”.
Como el número de tropas alemanas que acabaron en el “caldero” fue mucho mayor de lo que el mando soviético había previsto inicialmente, destruirlas resultó una tarea extremadamente difícil y prolongada. Atrincherado en Stalingrado y en una serie de asentamientos al oeste de la ciudad, el enemigo opuso una feroz resistencia con la esperanza de la pronta llegada de ayuda. El comandante de la agrupación combinada, Paulus, aún disponía de siete aeródromos, que la Luftwaffe utilizó para entregar víveres y municiones.
El 12 de diciembre, los alemanes lanzaron la “Operación Tormenta de Invierno” para romper el cerco del 6º Ejército. A pesar de los éxitos iniciales, las fuerzas del Generalfeldmarschall Erich von Manstein fueron detenidas a 48 km de la ciudad. Al final, Paulus no intentó salir a su encuentro, temiendo ser fácilmente destruido en los helados páramos de la estepa.
Mientras la “Operación Tormenta de Invierno” hacía estragos al sur de Stalingrado, al noroeste de la ciudad, el Ejército Rojo lanzó la ofensiva bautizada con el nombre en clave de “Operación Pequeño Saturno”, durante la cual destruyó varias divisiones italianas y rumanas y rompió las líneas del frente enemigo hasta una profundidad de 340 km. Las unidades de retaguardia del propio Manstein se vieron ahora amenazadas, lo que finalmente le obligó a iniciar la retirada el 24 de diciembre.
Las noticias del fracaso de la ofensiva sobre la ciudad aún no habían llegado a Stalingrado. “Las unidades ansiaban recibir noticias alentadoras”, recordó Wieder. “La línea del frente aguantaba con sus últimas fuerzas, confiando en que Hitler cumpliera inminentemente, en vísperas de Navidad, su promesa de socorro. La frase ‘¡Que viene Manstein!’ todavía estaba en boca de todos”. Pero fue precisamente durante esos días, cuando todo el mundo seguía esperando, creyendo y deseando, cuando las formaciones que se aproximaban con la misión de liberar al 6º Ejército de su cerco fueron detenidas y luego rechazadas por las fuerzas rusas sin alcanzar su objetivo.”
El 4 de enero de 1943, el Cuartel General del Alto Mando Supremo adoptó el plan de la “Operación Koltso” (Anillo), según el cual las tropas del Frente del Don al mando del general Konstantín Rokossovski debían estrechar el cerco en torno a la agrupación de Paulus y luego dividirla y destruirla pieza por pieza. El sufrido 62º Ejército del general Vasili Chuikov, que había resistido heroicamente en Stalingrado durante las duras batallas de otoño, debía pasar a la ofensiva en las propias calles de la ciudad.
Por un desafortunado giro del destino, el 57º Ejército al mando del general Fiódor Tolbujin debía atacar las líneas defensivas cuya construcción él mismo había supervisado el verano anterior. Algunas de ellas habían sido abandonadas entonces por las tropas soviéticas sin luchar y ahora estaban ocupadas por soldados de la Wehrmacht. “¡Ay, yo había construido todo y ahora se me vuelve to en contra!”, se lamentaba el comandante.
Los alemanes rechazaron de plano un ultimátum de rendición y el ataque del Ejército Rojo comenzó el 10 de enero. Las tropas soviéticas eran numéricamente inferiores al enemigo (Rokossovski disponía de 212.000 hombres, frente a los 250.000 de Paulus), pero tenían una ventaja abrumadora en vehículos blindados y artillería y también poseían un dominio total del aire.
“En un instante, las ensordecedoras detonaciones de más de 7.000 piezas de artillería y morteros se convirtieron en un rugido sólido y continuo”, recordó Nikolái Vóronov, que servía entonces como jefe de artillería en el Ejército Rojo Obrero y Campesino (por dar al Ejército Rojo su nombre completo). “A la derecha, a la izquierda y por encima de nosotros se oía el silbido y el ulular de los proyectiles voladores y los morteros, y el suelo temblaba en las posiciones enemigas. Esto continuó durante 55 minutos. No hubo ni una sola respuesta de fuego por parte del enemigo”.
A pesar de la feroz resistencia de los alemanes, las tropas soviéticas superaron una línea defensiva enemiga tras otra. El 15 de enero tomaron el aeródromo de Pitomnik, de importancia crucial para el 6º Ejército, y dos días después alcanzaron los accesos inmediatos a la propia Stalingrado.
“Tengo que señalar que el enemigo había construido aquí fortificaciones muy fuertes”, escribió Rokossovski en sus memorias. “Se alzaban unos junto a otros fortines altamente fortificados, con un gran número de emplazamientos de tierra y madera, fortines y tanques en refugios excavados en el suelo. Los accesos estaban completamente rodeados de alambre de espino y fuertemente minados. Las heladas alcanzaban los 22°C bajo cero y las ventiscas empeoraban. Nuestras tropas tenían que avanzar por terreno abierto, mientras el enemigo yacía atrincherado en trincheras y refugios”.
La pérdida de los aeródromos y el buen hacer de las defensas aéreas soviéticas provocaron que la situación de reabastecimiento del cercado 6º Ejército se volviera crítica: un soldado alemán no recibía más de 150 gramos de pan y 70 gramos de carne al día. El derrotismo y el pánico se apoderaron rápidamente de las tropas, pero Hitler prohibió a Paulus que considerara siquiera la posibilidad de capitular, ordenándole que se mantuviera firme y esperara ayuda.
En la mañana del 26 de enero, las tropas de los ejércitos soviéticos 21º y 62º se reunieron al sur en el asentamiento de Krasni Oktiabr y en Mamáyev Kurgán, dividiendo así la agrupación alemana en dos partes. La agrupación “sur”, donde se encontraba el cuartel general de Paulus, se vio asediada en el centro de la ciudad. La “septentrional”, al mando del general Karl Strecker, resistió en la zona de la Fábrica de Tractores de Stalingrado y la Fábrica de Armas de Barrikadi.
Se libraron sangrientas batallas por la estación de ferrocarril, la fábrica de pan, el elevador de grano y la plaza Pávshij Bortsov (de los combatientes caídos). Al mismo tiempo, los soldados alemanes empezaron a rendirse en masa y a ser llevados al cautiverio. El 31 de enero, Friedrich Paulus, que había sido cercado en el edificio de los grandes almacenes, se entregó a las tropas soviéticas. El día anterior, Hitler le había ascendido al rango de Generalfeldmarschall. Subrayando en un telegrama que “ni un solo mariscal de campo alemán ha sido hecho prisionero”, el Führer exigía a su comandante que se suicidara. Fue en vano.
“Paulus estaba demacrado y claramente enfermo”, recordó el sargento Piotr Aljutov. “Intentó comportarse con la debida dignidad, pero, en su estado, le resultaba difícil conseguirlo. Aquella gélida mañana en Stalingrado, todos los hombres del Ejército Rojo y la inmensa mayoría de los soldados alemanes cayeron en la cuenta de que aquello era el principio del fin para ellos y el comienzo de nuestra Victoria.” Strecker capituló con sus tropas el 2 de febrero.
La “Operación Koltso” se saldó con la muerte de 140.000 soldados alemanes de alto valor y curtidos en batalla (las pérdidas del Ejército Rojo fueron de unos 25.000). Se demostró que era posible evacuar a un cierto número de hombres por vía aérea. Más de 90.000 militares fueron hechos prisioneros, entre ellos 2.500 oficiales y 24 generales. Un total de 5.762 piezas de artillería, 1.312 morteros, 12.701 ametralladoras, 744 aviones y 166 tanques acabaron como trofeos de las tropas soviéticas.
En el Tercer Reich se declararon tres días de luto nacional, un hecho sin precedentes desde el comienzo de la guerra. “La derrota en Stalingrado llenó de horror tanto al pueblo alemán como a su ejército”, escribió el general Siegfried Westphal. “Nunca antes en toda la historia de Alemania se había producido una pérdida tan terrible de tal número de tropas”.
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