Cómo un médico alemán se trasladó a Rusia y se convirtió en santo

Elena Samókysh-Sudkóvskaia Retrato del doctor Haass
Elena Samókysh-Sudkóvskaia
El médico de origen alemán Friedrich Haass fue uno de los mayores filántropos de la Rusia del siglo XIX. Se ocupó de los encarcelados en prisiones y personas necesitadas y, literalmente, regaló todo lo que tenía.

En El idiota, de Fiódor Dostoievski, uno de los personajes cuenta la historia de un hombre de gran corazón: “En Moscú había un viejo consejero de Estado que, durante toda su vida, había tenido la costumbre de visitar las cárceles y conversar con los delincuentes...”

Suena muy dostoievskiano: “Caminaba por las filas de desafortunados prisioneros, se detenía ante cada individuo y preguntaba por sus necesidades... les daba dinero; les llevaba toda clase de artículos de primera necesidad... continuó con estos actos de misericordia hasta su misma muerte; para entonces todos los criminales, en toda Rusia y Siberia, lo conocían”.

No se trataba de un alma sin pecado inventada por Dostoievski; este hombre era real, se llamaba Fiódor (o Friedrich) Haass y se trasladó a Moscú desde Austria en 1806. Empezó como médico y acabó siendo un santo.

De Friedrich a Fiódor

Dominio público
Dominio público

Nacido en la pequeña ciudad alemana de Bad Münstereifel, Haass (1780 - 1853) comenzó a ejercer su profesión en Viena, Austria. En 1806, el príncipe ruso Nikolái Repnin-Volkonski visitó la capital austriaca en busca de ayuda médica para una lesión ocular. A pesar de ser joven, Haass ya era un médico de éxito y le ayudó. Como resultado, Repnín-Volkonski le invitó a ser su médico de cabecera en Moscú.

“Dinero, buena compañía y grandes perspectivas: todo eso impresionó tanto al joven médico que aceptó la oferta”, escribe Moslenta.ru. No sabía que iba a quedarse en Moscú mucho más tiempo del que esperaba.
En Rusia, Haass se estableció: además de ser el médico de cabecera de Repnín, dirigió uno de los hospitales de Moscú. En 1812, cuando los franceses invadieron Rusia, Haass ejercía de médico de regimiento y fue hasta París con el ejército ruso. Luego regresó a Rusia, que para entonces se había convertido en su hogar: aprendió el idioma y cambió su nombre por el de Fiódor.

Momentos difíciles para la caridad

Elena Samókysh-Sudkóvskaia
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En 1828, Haass ya era un hombre rico y respetado, con una mansión y fama de gran filántropo que atendía gratuitamente a los pobres. Era sólo el principio: ese año, el gobernador de Moscú le nombró médico jefe de las prisiones moscovitas y le dio un puesto en el Comité de Patronato de Prisiones.

Tras inspeccionar el estado de las prisiones, Haass quedó impactado. Terrible higiene, enfermedades, hambre, guardias y prisioneros violentos... a nadie parecía importarle. “Haass sólo vio indiferencia, rutina burocrática, ley inmóvil, y toda la sociedad opuesta a su visión humana del pueblo”, escribió Anatoli Koni, abogado ruso y biógrafo de Haass.

Sin embargo, eso no detuvo a Haass, que era un católico devoto y un hombre de bien cuyo lema era “¡Date prisa en hacer buenas acciones!”. El médico trabajó en el Comité de Patronato de Prisiones durante 25 años y cambió el sistema a mejor, al tiempo que se ganaba a los presos.

Reducir el mal

Elena Samókysh-Sudkóvskaia
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Haass llevó a cabo múltiples buenas acciones, como cambiar el trato a los presos. En concreto, hizo que el gobierno abandonara el afeitado de la mitad de las cabezas de los internos en cárceles (independientemente de su sexo) o el encadenamiento de hasta 10 personas a una barra pesada gigante.

Además, Haass insistió en que los grilletes que llevaban los presos mientras viajaban a Siberia fueran tres veces más ligeros y los dotó de un forro de cuero para mayor comodidad. También creó escuelas para los hijos de los presos y trabajó en la comprobación de las pruebas judiciales (con la ayuda de los abogados) por si algún preso era en realidad inocente.

Campeón de la misericordia

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Además, Haass visitaba todos los días las cárceles de los alrededores de Moscú, llevando comida y todo lo necesario a los detenidos, y hablando con ellos durante horas. “Los detenidos le querían como los creyentes quieren a Dios... no hubo un solo caso en el que incluso el hombre más amargado y ‘perdido’ dijera una palabra grosera a Haass. Lo escuchaba todo con paciencia y amabilidad”, recuerda Koni.

Una vez, durante una discusión, el médico dijo que ni siquiera los delincuentes se merecían lo que les espera en las cárceles rusas. El metropolitano moscovita Filaret reaccionó: “¡Dejen de proteger a esas mentes torcidas! No se mete a ningún inocente en la cárcel”. Haass respondió: “¡Se olvida de Cristo, padre!”

Aturdido y avergonzado, Filaret respondió: “Vaya, parece que Cristo me dejó por un momento” y se desvivió por ayudar a Haass a partir de ese momento. Aunque era católico, Haass era considerado un santo en el Moscú ortodoxo.

Sacrificando todo

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Haass se negó a dejar de ayudar a los pobres y a los miserables, y la fila de los que esperaban su ayuda nunca se redujo. Gastó todo su dinero, vendió su mansión y sus caballos, se trasladó a un minúsculo apartamento en su clínica y vivió solo y sin hijos durante toda su vida. Cuando Haass murió en 1853, la policía tuvo que pagar el funeral: el médico no tenía ahorros.

Y lo que es más importante, Haass era admirado por tantos que unas 20.000 personas acudieron a su velatorio. Tal vez para él esa hubiese sido sido una señal muy preciada. “Creo que el mejor camino hacia la felicidad no es perseguir tu propia felicidad, sino hacer felices a los demás. Para ello, hay que preocuparse por la gente, ayudarla con palabras y hechos: amarla y demostrar ese amor, en otras palabras”, escribió Haass en una carta a un amigo en una ocasión.

En 2018, Haass fue reconocido oficialmente como santo por la Iglesia católica.

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