Té a la Bulgákov
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Mijaíl Bulgákov amaba el té. En ‘Notas en los puños’ describía su recuperación tras el tifus: bebía té constantemente, con azucar o sin él. Y cuando se sintió más fuerte, decidió darse un banquete: varios platos de borsch, pan, pepinos encurtidos en salmuera ligera ¡y cuatro vasos de té dulce! De tanta comida le entró sueño, pero apenas cerró los ojos, tuvo una pesadilla en la que se veía convertido en Lev Tolstói.
Su amor por el té casi le costó caro a una revista literaria donde trabajaba como secretario de redacción. Bulgákov invitó a los autores con los que planeaba colaborar: a cada uno se le sirvió un vaso de té con dos terrones de azúcar y un panecillo francés recién hecho. A la mañana siguiente, una fila de potenciales autores comenzó a llegar a la redacción: algunos incluso acudían varias veces, solo para volver a recibir té y panecillo.
Los editores, al comprender que estaban a punto de arruinarse con aquellas “bebidas de bienvenida”, primero redujeron la ración a medio panecillo y, unas semanas más tarde, cerraron la revista por completo.