7 pasatiempos curiosos de grandes escritores rusos
1. Alexánder Pushkin: las mujeres y los duelos
El principal poeta ruso era un hombre apasionado. Este hecho se ve bastante reflejado en sus poemas, en su afición a los juegos de azar (escribió mucho sobre el juego en sus obras), las aventuras amorosas (las tuvo muchas) y en los duelos.
Antes de casarse, Pushkin tenía tantas relaciones que escribió su “lista de Don Juan”: escribió a mano decenas de nombres de mujeres en una columna. Los poemas también reflejan sus amoríos. A Natasha, A Masha, A ella, A la joven viuda e incluso A la bella que esnifaba tabaco. Sí, y el poema más famoso sobre el amor Recuerdo un momento maravilloso se lo dedicó a una mujer en particular: Anna Kern.
Además, Pushkin se irritaba con facilidad e invitaba con facilidad a batir en duelo. Los biógrafos dice que libró más de 20 duelos. Por desgracia, el último fue mortal.
2. Mijaíl Lérmontov: la pintura
La principal ocupación de Lérmontov era el servicio militar, por lo que podemos decir que la poesía y la literatura eran para él sólo un pasatiempo. Pero, además, Lérmontov era aficionado a la pintura y era un artista bastante bueno. Durante su servicio militar en el Cáucaso, pintó decenas de paisajes de las montañas circundantes. También es muy conocido su autorretrato en uniforme.
3. Lev Tolstói: el trabajo y estilo de vida activo
El escritor era considerado raro incluso por sus propios campesinos. ¿Dónde se ha visto que el propio conde segase? Pero le encantaba esta actividad, incluso describió sus sentimientos con todo lujo de detalles en Anna Karénina. ¿Recuerdas que el personaje llamado Levin también siega? Además, Tolstói aprendió artesanía en piel y ¡se hacía las botas él mismo!
Otra afición del escritor era el deporte: paseaba mucho al aire libre, incluso caminaba desde su finca Yásnaia Poliana hasta Moscú (¡unos 225 kilómetros!). Ya a una edad muy avanzada, daba paseos de varias horas y atormentaba con ello a todos sus invitados. También a los 67 años aprendió a montar en bicicleta. Además, podía montar a caballo durante horas, así como jugar al tenis y a gorodkí (un deporte popular ruso, similar a los bolos).
4. Iván Turguéniev: la caza
Turguéniev amaba la caza desde la infancia, siempre se ponía muy contento cuando su padre, también ávido cazador, le llevaba con él. Escribió: “Amo la caza por su libertad, por el amanecer y el atardecer, por el hecho de que con ella, como con la poesía, hay un sentimiento especial, que está por encima de todo y depende sólo de mí”. Las obras de Turguéniev hablan por sí solas de su afición. En la recopilación de relatos breve Memorias de un cazador describió con mucho colorido y viveza las escenas de caza, la variedad de los cazadores y los poéticos paisajes rusos.
5. Fiódor Dostoievski: el juego
Muchos escritores rusos eran jugadores, al igual que otros nobles del siglo XIX: las cartas formaban parte del ocio social. Pero Dostoievski los superó a todos. Era un verdadero jugador y durante 10 años fue literalmente adicto a los juegos.
La mayoría de las veces, Dostoievski se entregaba a su pecado en el extranjero. La ruleta de París y Baden-Baden fue testigo en más de una ocasión de sus tristes pérdidas y su desesperación. Sin embargo, debido a sus deudas y a su asolada situación financiera, se vio obligado a escribir más y más obras nuevas en un tiempo récord, recibiendo un anticipo de la editorial. Así que ahora podemos disfrutar de sus novelas, una de las cuales, El jugador, está dedicada únicamente al juego y cuenta cómo la ruleta puede convertirse en el sentido de la vida.
6. Antón Chéjov: los perros
El autor de cuentos y obras de teatro era un gran amante de los perros. Uno de los relatos sobre animales más conmovedores de la literatura rusa fue dedicado a un perro: se trata de Kashtanka. El escritor sentía un amor especial por los perros salchicha. Bromeaba diciendo que estos perros eran fruto del cruce de un perro callejero con un cocodrilo. El propio Chéjov tenía dos perros salchicha, se llamaban Brom y Jina, y los adoraba. Como escribió el hermano de Chéjov, los perros le ponían las patas delanteras en el regazo, y podía hablar y bromear con ellos durante media hora, mientras todos a su alrededor se morían de risa.
7. Vladímir Nabókov: las mariposas y el ajedrez
Nabókov cazó su primera mariposa a los 6 años en la finca familiar cercana a San Petersburgo. Cazarlas y estudiarlas se convirtió en algo más que un pasatiempo para Nabókov. Organizó viajes entomológicos, publicó artículos científicos y trabajó en el Museo Zoológico de Harvard como supervisor de la colección de mariposas. Los expertos en la obra de Nabókov han calculado que mencionó mariposas unas 570 veces en sus obras.
Nabókov también era un gran aficionado al ajedrez y desarrollaba sus habilidades inventando difíciles problemas de ajedrez. El ajedrez, al igual que las mariposas, lo menciona varias veces en sus novelas, y el protagonista de La defensa de Luzhin es un genio del ajedrez.
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