Así se falsificaba el té en Rusia
El té llegó a Rusia en el siglo XVII: Los embajadores chinos se lo regalaron al zar Mijaíl Fiódorovich. En 1679, los países firmaron un acuerdo sobre el suministro de sus hojas secas: a cambio, China recibió pieles, telas, cuero y mucho más. Hasta 1862, la bebida de ultramar se transportaba a través de Kiajta y Siberia: el transporte por tierra encarecía aún más un producto ya de por sí caro. Así pues, el té sólo estaba al alcance de compradores muy adinerados.
En 1821, Alejandro I permitió la venta de té en tabernas y restaurantes. A mediados del siglo XIX, se importaron al país no menos de 360.000 puds (unidad de peso rusa equivalente a unas 36 libras), ¡casi 6.000 toneladas! La popularidad de la bebida creció, pero sus precios seguían siendo demasiado elevados.
A los emprendedores se les ocurrió una forma de resolver el problema. Secaban el té ya usado, lo limpiaban y lo reenvasaban para venderlo. Incluso podían añadirle algunas hojas frescas, para darle mayor autenticidad. Sin embargo, beber ese “té” podía ser mortal: al fin y al cabo, las hojas de té usadas se trataban con diversas sustancias y tintes para darles un aspecto natural.
El auténtico té ‘Koporski’
Pero había otra alternativa: secar y fermentar una materia prima rusa: la adelfilla. También se conoce comúnmente como “té de Iván” y se conoce desde hace mucho tiempo por sus propiedades medicinales. Ha ayudado especialmente con las úlceras y los dolores de cabeza. Al principio, se recolectaba y se secaba en los alrededores del pueblo de Koporie. De ahí el nombre de la bebida: té “Koporski”.
Muy pronto se adoptó la tecnología y empezaron a fabricarlo en todas partes. Según algunos estudios, sólo cerca de San Petersburgo se producían varias decenas de miles de kilos de té “Koporski”. Pero la materia prima se podía recoger en cualquier parte: la adelfilla es una planta sin pretensiones y crece en casi todas partes.
Se mezclaba con té de verdad o se vendía bajo la apariencia de té chino y mucho más barato: de uno a tres rublos por puds de hojas (16,3 kg). Había tanto té “Koporski” que literalmente inundó Rusia: su cantidad era comparable a la del auténtico.
La prohibición de la adelfilla
Los comerciantes chinos de té intentaron luchar contra la falsificación. Incluso presentaron una petición en la que afirmaban "sentirse limitados y criticados en su comercio por la venta del llamado té ‘Koporski’ por parte de pequeños comerciantes y, además, vendido a un precio elevado".
Para combatir el té “Koporski”, en 1816 prohibieron por primera vez la falsificación del té chino y, en 1833, el comercio de falsificaciones. A los infractores se les imponían multas y se les confiscaba la mercancía, y los que volvían a ser sorprendidos podían ser privados de todos sus derechos y enviados a compañías penitenciarias. Un decreto del emperador Alejandro I establecía: “Si alguno de los compradores en las tiendas, filas o de otro tipo de té chino genuino encuentra en él una mezcla de té Koporski o Iván y esta mezcla se revela y se demuestra por un anuncio donde debe estar, a continuación, sobre tal vendedor, como llevar a cabo el comercio de una manera falsa y, por tanto, no merece la confianza general, además de la pena legal de él, para publicar en los periódicos de ambas capitales.” Y, en el reglamento de la policía rural, había un artículo que prohibía la recolección y el uso de adelfilla, en forma pura o mezclada con té chino.
En 1888 se celebró un juicio de gran repercusión: En el banquillo de los acusados estaban los productores de té Koporski, los hermanos Alexander e Iván Popov. Apellidos de los famosos comerciantes de té Konstantín y Semión Popov, vendían hojas falsificadas en envases muy parecidos al original. El desafortunado comprador no tenía ni idea de que había pagado por una mezcla con simple adelfilla. Alexander Popov, que asumió toda la responsabilidad, fue despojado de todos sus derechos y enviado al exilio a la provincia de Tomsk de por vida.
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