¿Cómo se lanzó el primer satélite artificial de la Tierra?
Es 1955 y estamos en el NII-4 de Bolshevo, en la región de Moscú, un instituto secreto de investigación militar que se ocupa de los cálculos de los misiles balísticos. Una de sus amplias salas está ocupada por los “soñadores”, apodo con el que se conoce a los científicos encargados de estudiar los posibles problemas de los vuelos espaciales. Nadie había ido al espacio todavía, sólo habían pasado 10 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
De vez en cuando, los “soñadores” discuten ruidosamente: no se puede enviar a un hombre al espacio: se quemará al descender a la Tierra, se “inflará” en gravedad cero o se destrozará; la radiación le matará, etc. A veces, personas de otros departamentos se acercan a los que gritan y, torciendo un dedo en la sien, cierran la puerta en silencio a estos fanáticos de la ciencia ficción.
Pero sólo pasan dos años y los “soñadores” se convierten en los que trabajan en el proyecto más ambicioso de la humanidad: lanzar al espacio el primer satélite artificial de la Tierra.
Necesitamos un cohete
Antes de abordar la idea de lanzar un cuerpo artificial a la órbita de la Tierra, había que diseñar algo que lo llevara hasta allí: un cohete.
“La historia de la creación del primer satélite es la historia de un cohete. La tecnología de cohetes de la Unión Soviética y de Estados Unidos tenía raíces alemanas”, señala Borís Chertok, un científico especialista en diseño.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los inventores soviéticos tuvieron acceso a los equipos alemanes capturados, en particular el “V-2”, un cohete con un alcance operativo de 320 kilómetros que realizó el primer vuelo espacial suborbital del mundo. Lo estudiaron meticulosamente y diseñaron una serie de cohetes soviéticos sobre su base. El nombre del líder del programa espacial soviético, Serguéi Koroliov, era, en ese momento, estrictamente clasificado (su carrera también es inusual: en 1938, fue condenado a 10 años en campos de prisioneros y luego trasladado a la llamada sharashka, una oficina de diseño secreta para científicos condenados).
En 1954, bajo su dirección, surgió el Semiorka, el cohete “R-7” con un alcance operativo de hasta 9.500 kilómetros. "Cuando, en 1957, el misil balístico R-7 fue lanzado desde el cosmódromo de ‘Tiuratam’ [más tarde fue rebautizado como ‘Baikonur’] y alcanzó su objetivo en un campo de pruebas en Kamchatka, quedó claro que teníamos un portador para lanzar un satélite a la órbita. Para ser sincero, antes de eso no creía que los 32 motores del cohete pudieran arrancar al mismo tiempo y funcionar como estaba previsto”, recuerda el académico Gueorgui Uspenski, uno de los “soñadores” de aquella ruidosa sala.
Objeto D
La actitud hacia el grupo de “soñadores” cambió inmediatamente. Se les encargó la creación del primer satélite con el nombre de “Objeto D”. Su masa debía ascender a 1.000-1.400 kilogramos, con 200-300 kilogramos más para equipos de investigación. Una de las variantes del diseño del satélite incluía incluso un contenedor con una “carga útil biológica”: un perro experimental. En otras palabras, no se trataba del diminuto “Sputnik” sino de una máquina pesada que esperaban llevar a la órbita con la ayuda del R-7 en 1957-1958.
Sin embargo, pronto se hizo evidente que cumplir con esos plazos para este proyecto que requería mucho tiempo era imposible. El trabajo se alargó. Además, la URSS se enteró de que un trabajo similar estaba en marcha en los Estados Unidos: el lanzamiento del “Satélite no tripulado de órbita mínima de la Tierra” estaba previsto para la misma época. Entonces, Koroliov tomó la decisión de abandonar el “peso pesado” en favor de un dispositivo sencillo y ligero con sólo dos balizas.
‘La gente dormía en camas plegables en la oficina de diseño’
Desde el exterior, el satélite parecía una bola de aluminio sellada con cuatro antenas, con un diámetro de 58 centímetros y un peso de sólo 83,6 kilogramos. En su interior cabían dos balizas. Además, el alcance de transmisión de las balizas se eligió de forma que incluso los radioaficionados pudieran seguir el satélite. Muchos de ellos recordarían el característico sonido “bip-bip-bip” cuando el Sputnik les sobrevoló.
El satélite fue diseñado a una velocidad récord. “La gente no salió de sus puestos de trabajo durante días, ¡durmieron en camas plegables en la oficina de diseño de Koroliov! El primer satélite, por supuesto, era bastante simple en su diseño y su hardware. Se instaló en él un sensor necesario para la investigación: cómo viajan las ondas de radio a través de la atmósfera. Por aquel entonces ni siquiera lo sabíamos”, explica Uspenski.
Al final, entre la exitosa prueba del R-7 en agosto de 1957 y el lanzamiento del satélite, sólo habían pasado dos meses. El 4 de octubre de 1957, a las 22:28 hora de Moscú, el vehículo de lanzamiento con el satélite fue enviado al espacio.
El primer satélite de la humanidad no duró mucho: 92 días, hasta el 4 de enero de 1958. Consiguió completar 1.440 rotaciones alrededor de la Tierra y sus balizas funcionaron durante dos semanas después de su lanzamiento. Sin embargo, debido a la fricción en la atmósfera superior, perdió velocidad, entró en las capas densas de la atmósfera, quemándose.
La Luna Roja
La noticia del lanzamiento del satélite soviético tuvo un efecto bomba. Periodistas de todo el mundo lo calificaron de “conmoción universal” y de “no sólo un gran logro científico, sino también uno de los mayores acontecimientos de la historia del mundo entero”. La prensa estadounidense lo llamó “Luna Roja”.
Muchos en aquellos días trataron de ver el Sputnik en los rayos del sol naciente o poniente. En realidad, sólo pudieron ver la unidad central del cohete (hasta que se quemó), una pequeña bola de menos de un metro de diámetro. Pero incluso el principal periódico soviético Pravda creía que esto era insignificante e instó a la población de todo el mundo a mirar al cielo.
Pero el lanzamiento no sólo tuvo un significado científico, sino también político. El 4 de octubre quedó claro que la Unión Soviética disponía de un misil intercontinental de varias etapas, contra el que las defensas aéreas eran impotentes. Esto cambió todo el sistema de relaciones internacionales.
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