¿Por qué se valoraba tanto a los ASISTENTES DE BAÑO en la Rusia zarista?
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“Desde tiempos inmemoriales, Moscú ha estado llena de asistentes de bania procedentes de los condados de Zaraisk-Riazán, Tula-Kashira, Venev”, dejó constancia el historiador y escritor Vladímir Guiliárovski en su libro Moscú y los moscovitas.
Los futuros asistentes de bania solían formarse a partir de niños campesinos. A los 10-12 años, los llevaban a Moscú en carretas, se alojaban con parientes y se les daba un “aspecto de ciudad”: corte de pelo, baño, cambio de ropa. Las primeras lecciones en el camino hacia la maestría profesional consistían en aprender la “geografía” local: saber dónde estaba la taberna, cómo entrar por la puerta trasera, dónde acudir por agua hirviendo, dónde estaba la panadería, etc. El primer trabajo de estos chicos solía ser de mensajero. También entre sus tareas estaba preparar veniki (ramos de hojas de abedul para golpear y masajear suavemente): los sábados y en vísperas de grandes festividades, algunas banias requerían hasta 3.000 de estos ramos. Muchos veniki se traían en carros desde aldeas remotas.
En las banias, los jóvenes trabajaban en los vestuarios, ayudaban a los barberos, aprendiendo a cortar uñas y quitar callos. También fabricaban esponjas y estropajos con saco de arpillera.
Las banias no abrían todos los días. En los dos días “sin baño” de la semana (lunes y martes) los muchachos lavaban botellas, ayudaban a servir kvas (bebida fermentada que se vendía en las banias), limpiaban el patio y la casa del dueño, sacaban la basura y quitaban la nieve de los tejados.
Los chicos estudiaban hasta los 17-18 años. Para entonces, dominaban la rutina de la bania y habían aprendido a tratar con los visitantes. Tras adquirir esos conocimientos, los jóvenes podían pedir al dueño que los trasladara al grupo de los “buenos mozos” para ocupar alguna vacante de asistente de bania. El trabajo era duro, se pagaba únicamente con propinas, pero los ingresos compensaban las dificultades. “Desde las cinco de la mañana hasta la medianoche, un hombre desnudo, mojado, descalzo, vestido únicamente con un pequeño delantal que iba del ombligo a las rodillas, trabaja sin descanso con todos los músculos de su cuerpo, a temperaturas variables de entre 17 y 75 grados centígrados. Durante ese tiempo, solo logra secarse media hora al mediodía, cuando se pone su ropa normal para almorzar y calzarse las polainas”, escribió en una ocasión el escritor Vladímir Guiliárovski.
Un asistente de bania experimentado se movía con un ritmo particular, bajando con destreza y precisión el venik sobre la espalda, brazos y piernas del cliente, acompañando los suaves golpes con bromas y anécdotas. Toda la ciudad conocía y respetaba a los buenos asistentes de bania. Ellos también conocían a su clientela, sabían quién daba más propina y procuraban lavar y frotar de diferentes maneras según la persona.
Los chicos de la bania, a diferencia de otros aprendices, casi nunca se escapaban. Sus condiciones de vida eran más cómodas: trabajaban y vivían junto a paisanos y parientes, los admiraban, ahorraban las propinas, y en los días festivos iban a las fiestas populares en Sokólniki, Dévichie Pole, Presnia, a los barracones de feria y al circo.
Y después, ya convertidos en elegantes “moscovitas”, regresaban a su aldea natal para elegir esposa.