¿Sabías que en Rusia se tomaban baños de vapor usando los hornos de las cocinas?
A primera vista, esta pregunta parece completamente absurda. Los hornos se utilizaban y se siguen utilizando para cocinar. La gente dormía y sigue durmiendo usando estufas. Pero tomamos baños de vapor en ‘baños’ (баня - bania). Con un matiz. En Rusia, si por alguna razón no se podían construir baños, sólo quedaba el interior de los hornos para entregarse a esta práctica higiénica. He aquí una breve descripción de esta costumbre.
No era casualidad que el horno ocupara un lugar tan grande dentro de las izbas. En ellos no sólo se deslizaban las ollas que contenían los alimentos que se iban a cocinar, sino que también podían sentarse en él varios adultos a la vez. Además, utilizarla como baño de vapor ayudaba a ahorrar dinero: la cocina se calentaba todos los días, no había que gastar en leña para el baño.
Al final del día, cuando se habían terminado todas las tareas y la estufa se había enfriado un poco, se retiraba toda la ceniza. A continuación se cubría el suelo del hogar con paja y se colocaba encima una olla de hierro fundido llena de agua hirviendo. A continuación, uno se deslizaba dentro de la estufa y cerraba la puerta tras de sí. Para obtener vapor, bastaba con empapar en agua un manojo de hojas secas de árbol y agitarlo al aire.
Este proceso se describe en la Vida del Venerable Irenarca, un texto hagiográfico de finales del siglo XVI. En él se narra cómo Onufrio, diácono del monasterio de San Nicetas, un día que padecía fiebre, se metió en un horno para calentarse. De este episodio se desprende que estos no sólo alimentaban a la gente, sino que también la cuidaban. A los enfermos que no podían entrar por sí mismos incluso los deslizaban sobre tablones de madera. Tampoco dudaban en colocar en ellos a los niños enfermos con la esperanza de curarlos. Me viene a la mente Baba Yagá.
Había, por supuesto, que mantener ciertas precauciones. Normalmente se subía con los pies dentro. Había que sentarse o tumbarse en él con mucho cuidado para no quemarse con las paredes y no se utilizaba mucha agua: se vertía en una artesa que había junto al hornillo. Los hombres eran los primeros en cocer al vapor, y después las mujeres y los niños.
Sorprendentemente, los hornos se utilizaron así no sólo en la antigüedad, sino incluso en la primera mitad del siglo XX.
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