Así fue capturado por el Ejército Rojo el último emperador de China
En el verano de 1945, los Aliados se preparaban para lanzar una ofensiva final con el objetivo de aplastar a su último enemigo: el Imperio japonés. Los estadounidenses y británicos habían estado luchando contra las tropas japonesas en el Pacífico durante años, pero la Unión Soviética estaba a punto de incorporarse a esta guerra.
En la conferencia de Yalta, en febrero de 1945, Stalin prometió a Churchill y Roosevelt que la Unión Soviética atacaría a Japón tres meses después de la victoria en Europa, y cumplió su palabra. El 8 de agosto, la URSS declaró la guerra al país asiático y al día siguiente las tropas soviéticas cruzaron la frontera de Manchukuo, un estado títere de los nipones.
Las fuerzas soviéticas superaban en número a los japoneses en cuanto a hombres y armas: 1.5 millones de soldados contra casi 700.000 del Ejército de Kwantung, cinco veces más cañones y tanques de artillería y tres veces más aviones. Aún con la feroz resistencia de los japoneses, la operación no fue una simple sugerencia.
La ofensiva soviética cruzó las defensas japonesas como un cuchillo corta la mantequilla, avanzando profundamente en el territorio del noreste de China en un frente de 180-500 millas.
Mongolia, país aliado de la URSS, apoyó la ofensiva soviética. Más de 60.000 soldados del Ejército Popular Mongol participaron en la acción y protegieron la retaguardia del Ejército Rojo durante su avance.
Un episodio singular de la guerra fue la rápida marcha del 6º Ejército de Tanques de la Guardia a través del desierto de Gobi. Esto supuso un verdadero desafío para los tripulantes de los tanques soviéticos: temperaturas de hasta 45ºC, blindados invadidos por la arena y tropas extenuadas.
Después de enfrentarse al desierto, las fuerzas soviéticas tuvieron que superar el escarpado Gran Khingan, una cadena de montañas consideradas impenetrables. Al no tener mapas exactos, bajo fuertes lluvias, los tanques soviéticos lograron hacer una travesía que dejó a los japoneses completamente sorprendidos. Un oficial japonés se lo confesó más tarde a los soldados soviéticos: “Cuando entrasteis en Khingan nos relajamos, ya que sabíamos que os veríais forzados a dar marcha atrás. Ningún ejército se ha atrevido a cruzar Khingan desde que lo hiciera Tamerlán. Y de repente aparecieron vuestros tanques, artillería, infantería...”.
Como los americanos, las tropas soviéticas también vivieron la experiencia de recibir ataques suicidas kamikaze por parte de los japoneses. El general Afanasi Beloboródov, comandante del 1er Ejército de Bandera Roja, recordó: “De las cunetas de la carretera y de escondites camuflados, aparecieron soldados con uniformes verdes. Parecían estar deformes por el peso de las minas y las granadas que llevaban adheridas a sus cuerpos y corrieron hacia nuestros tanques. Cayeron muertos por las balas de nuestras ametralladoras. Instantáneamente, el suelo aparecía cubierto de cientos de cuerpos. Pero de agujeros y grietas aparecieron nuevos atacantes suicidas y saltaron bajo nuestros tanques...”.
A los 10 días del lanzamiento de la ofensiva, el Ejército de Kwantung fue totalmente aplastado. Los soldados japoneses empezaron a rendirse en masa a los soviéticos.
Encontrándose las tropas japonesas en Manchuria en un estado de caos total, el comando soviético decidió realizar despliegues de tropas aerotransportadas en las principales ciudades enemigas. Pero al final, no fue necesario. Los aviones soviéticos simplemente aterrizaron en pistas de aterrizaje abandonadas por sus adversarios, descargando sus tropas para tomar el control de instalaciones estratégicamente importantes.
Durante una de estas misiones aerotransportadas a Mukden (hoy Shenyang), las tropas soviéticas capturaron accidentalmente al último emperador de China y gobernante de Manchukuo, Pu Yi. Estaba en un edificio del aeropuerto, esperando ser evacuado a Japón junto a los miembros de su gobierno. Nadie esperaba que una persona tan importante se encontrara allí. Pu Yi fue enviado rápidamente a la ciudad siberiana de Chitá, cerca del lago Baikal.
Además de derrotar a los japoneses, un objetivo clave de la guerra era recuperar la isla de Sajalín y el archipiélago de las Kuriles, territorios que el Imperio ruso había perdido como resultado de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905.
La batalla por la isla Shumshu, parte del archipiélago de las Kuriles, fue el único enfrentamiento de la guerra soviético-japonesa en la que las pérdidas soviéticas fueron mayores que las del enemigo (416 contra 369).
Después de reconquistar las islas Kuriles, las tropas soviéticas planearon aterrizar en una de las islas más importantes de Japón: Hokkaido. La flota soviética del Pacífico estaba lista para comenzar las operaciones cuando recibió una orden urgente: “Se prohíbe categóricamente el envío de barcos y aviones a la isla de Hokkaido”. No deseando perjudicar las relaciones con su aliado estadounidense, Stalin había abandonado la idea de invadir Japón.
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