¿Cómo era eso de desayunar ‘hasta las grullas’ y beber ‘hasta los gallos’?
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Así era la cosa: una animada compañía se reunía para un desayuno tardío, por ejemplo, para celebrar un negocio exitoso. A menudo aquellas reuniones se prolongaban hasta las tres de la tarde: el champán, los licores y demás bebidas corrían a raudales. Hasta que llegaba el turno de las “grullas”.
El cliente que no escatimaba en gastos y pedía coñac servido en una jarra de cristal especial decorada con grullas, por la que pagaba 50 rublos (el salario de varios meses de un maestro de escuela), podía quedarse con el recipiente como recuerdo. Algunos incluso competían para ver quién reunía más “grullas”: uno de los habituales llegó a coleccionar siete.
Sin embargo, también existían otros banquetes “aviarios”. En ciertas tabernas, los clientes bebían “hasta los gallos”. En este caso, la cuestión no era solo cuánto se bebía, sino el diseño del recipiente: el vodka se servía en una jarra especial con una figurita de gallo en su interior. El líquido creaba la ilusión de que el gallo era grande; copa tras copa, el frasco se vaciaba hasta que dentro no quedaba más que la figurita de cristal.
A eso se le llamaba “beber hasta los gallos”. Por lo general, en ese punto la bebida (y la velada) llegaban a su fin.