
El efecto bomba de la desestalinización en el bloque socialista

Además de Telegram, Puerta a Rusia difunde contenidos en su página de VKontakte. ¡Únete a nosotros!
En el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en febrero de 1956, Nikita Jrushchov condenó públicamente el culto a la personalidad de Stalin y lo responsabilizó del terror masivo que sacudió al país entre finales de los años 30 y principios de los 50.
Comenzó entonces una reestructuración del sistema sociopolítico del país, acompañada por una parcial liberalización de la vida pública. Se rehabilitó a represaliados, se cambiaron los nombres de estaciones de metro, fábricas y ciudades dedicadas a Stalin, se derribaron monumentos...
La desestalinización también impactó directamente en los países aliados del bloque del Este. No todos la recibieron con entusiasmo.
Hungría

La lucha política entre estalinistas y reformistas en el gobierno húngaro comenzó tras la muerte de Stalin en 1953 y se intensificó tras el XX Congreso en Moscú. En julio de 1956, bajo presión de Jrushchov, renunció Mátyás Rákosi, líder del Partido de los Trabajadores de Hungría y defensor de la vieja línea.
Pero la tensión persistía. La desestalinización alimentó el sentimiento antisoviético y antirruso en la sociedad, se exigían reformas radicales y la retirada de las tropas soviéticas.
En octubre de 1956 estalló una insurrección armada en Hungría. En Budapest se derribó una de las estatuas más grandes de Stalin en Europa del Este. En noviembre, las tropas soviéticas aplastaron el levantamiento.
RDA (Alemania Oriental)

El líder de la RDA, Walter Ulbricht, asistió al Congreso y respaldó plenamente la línea de Jrushchov. Sin embargo, parte de la sociedad y de la élite política se mostró en desacuerdo.
Tras el levantamiento en Hungría, disminuyó la influencia estalinista en la RDA, pero aumentaron los sentimientos antirrusos. Como respuesta, el Partido Socialista Unificado amplió las competencias de la policía y la Stasi, y arrestó a estudiantes e intelectuales por todo el país.
El gobierno de la RDA renunció a liberalizar la vida pública, pese al impulso de la desestalinización.
Polonia

En Polonia, las discusiones políticas derivaron rápidamente en manifestaciones y protestas con eslóganes anticomunistas. El punto álgido fue el levantamiento obrero de Poznań en junio de 1956, que dejó decenas de muertos.
En octubre, tras la lucha interna en el Partido Obrero Unificado Polaco, ascendió al poder Władysław Gomułka, con el visto bueno de Moscú. Su gobierno promovió una liberalización moderada, parecida al deshielo jrushchoviano, pero siempre bajo control estatal.
En diciembre de ese año se creó una unidad de fuerzas especiales (el ZOMO, equivalente al OMON soviético) para sofocar protestas. Ya en 1957 se utilizó en Varsovia, Łódź y Rzeszów.
Rumanía

A diferencia de Polonia, los estalinistas retuvieron el poder en Rumanía. Gheorghe Gheorghiu-Dej, primer secretario del Partido de los Trabajadores, apoyó la represión en Hungría y cultivó buenas relaciones con Jrushchov. Sin embargo, se opuso a la desestalinización en sus inicios y solo en los años 60 comenzó a renombrar los objetos dedicados a Stalin.
Checoslovaquia

En Checoslovaquia no hubo convulsiones significativas. Poco antes del XX Congreso se había inaugurado en Praga el mayor monumento a Stalin fuera de la URSS, que no fue desmontado hasta 1962.
El presidente Antonín Novotný apenas promovió reformas. Al haber estado implicado en las represiones locales, retrasó las rehabilitaciones. Su política conservadora fue generando creciente descontento, lo que desembocaría en la Primavera de Praga en 1968.
Bulgaria

El Congreso en Moscú provocó un cambio de liderazgo en Bulgaria. En abril de 1956 fue destituido Valko Chervenkov, apodado el “pequeño Stalin”.
Su sucesor, Todor Zhivkov, inició la revisión de los casos de represaliados. Ese mismo año, el principal puerto búlgaro, llamado Stalin, recuperó su nombre original: Varna.
La liberalización se llevó a cabo bajo control férreo. Bulgaria siguió alineada con Moscú y fue el aliado más leal del bloque hasta mediados de los años 80.
Albania

En Albania, el líder Enver Hoxha reaccionó con hostilidad. Vio en la desestalinización una amenaza personal y para el comunismo global.
Eliminó a la oposición que lo acusaba de caudillismo, rechazó públicamente la línea de Jrushchov, mantuvo vivo el culto a Stalin, fundó una orden con su nombre y permitió que Kuçova conservara su nombre hasta 1990.
China

China también condenó la política de Jrushchov. Hoxha y Zhou Enlai abandonaron el XX Congreso antes de que finalizara.
La desestalinización fue una de las principales causas del cisma sino-soviético de finales de los 50. Jrushchov acusó a Mao Zedong de promover un nuevo culto a la personalidad, esta vez con connotación negativa.
Aunque las autoridades chinas iniciaron una leve liberalización, esta fue de muy corta duración.
Corea del Norte

En Corea del Norte se intentó desplazar a Kim Il-sung tras el informe de Jrushchov. Pero la lucha interna acabó consolidando su poder, desatando una ola de represiones. El sistema estalinista no solo no desapareció, sino que se institucionalizó como ideología estatal con el Juche, comunismo nacionalista con un marcado culto al líder.
Mongolia

En Mongolia, la desestalinización se tradujo en una moderada revisión del legado del mariscal Khorloogiin Choibalsan, fallecido en 1952. Se reconocieron “errores”, pero no se demolieron monumentos ni se retiró su cuerpo del mausoleo en Ulán Bator (esto solo ocurrió en 2005).
Stalin tampoco fue condenado. Las autoridades mongolas rechazaron repetidamente las peticiones de Jrushchov de retirar su estatua, que solo se desmontó en 1990.