
¿Por qué en Rusia a la gente le encanta recoger setas?

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Para vivirlo hay que levantarse antes del amanecer. Llevar un termo con té fuerte y dulce (o café), unos bocadillos preparados la noche anterior. Comerlos por el camino, despertar del todo. Y empezar en el bosque la llamada “caza silenciosa”.
Recoger setas no es tan simple. No basta con distinguir un hongo comestible de uno venenoso. El buen recolector “huele” los lugares de setas como el depredador al animal. Hace falta habilidad, intuición, experiencia transmitida de generación en generación. No hay que olvidar que lo que hoy es un hobby y una forma de escapar de la ciudad, durante siglos ayudó al pueblo ruso a sobrevivir en épocas de hambre. Como Rusia es un país de bosques, recoger setas y bayas silvestres ahorraba energía (crecen solas), enriquecía la mesa y garantizaba el sustento en los años de malas cosechas. Por eso, saber distinguir los dones del bosque era una habilidad vital.

Los hongos (no por casualidad no pertenecen ni al reino vegetal ni al animal) tienen sus costumbres y conviene conocerlas. Unos prefieren la luz filtrada del claro, otros la sombra húmeda. Los boletus y los níscalos buscan tanto suelos de bosque caducifolio como la acidez del mantillo de coníferas. Los porcini se dejan encontrar incluso en prados soleados, mientras que las setas de leche y los rebozuelos prefieren los abedules. Lo único seguro es que salir a por setas en plena sequía es perder el tiempo. No en vano existe el dicho ruso: «brotaron como hongos tras la lluvia». Lo ideal es esperar un periodo de humedad estable.
Y eso es parte del atractivo: pone los nervios a prueba. En el folclore, el bosque es otro mundo, habitado por demonios. En su suelo blando y desigual es fácil torcerse o romperse una pierna. Una rama puede golpear en la cara y dañar los ojos. Los mosquitos y tábanos son una tortura, y las garrapatas pueden transmitir enfermedades graves. Por eso hay que ir preparado: calzado cómodo, ropa cerrada, la cabeza cubierta y repelente de insectos.

Saber orientarse en el bosque es otra lección de los cuentos y leyendas rusos. ¿Qué hacer si “el leshi” te desvía o “la kikimora juega contigo”? Los seteros experimentados suelen tener sus rincones favoritos y rara vez se pierden, pero a veces “el hongo te lleva” a un lugar desconocido. Hoy ayudan el GPS, el móvil o los relojes inteligentes. Pero no son raros los casos de baterías agotadas y personas que nunca encuentran el camino de regreso. En esas situaciones sirven la vieja brújula de mano, el conocimiento del terreno (su tamaño, pueblos cercanos), o los métodos tradicionales: orientarse por el sol, el musgo de los árboles o marcar el camino doblando ramas. Como un cazador primitivo, el setero queda a solas con la naturaleza: la naturaleza es grande y antigua, el hombre, pequeño.

Si la “caza” ha sido buena, por la tarde espera a toda la familia la tarea común de limpieza: los hongos deben procesarse de inmediato o se estropearán. Secado, congelado, encurtido y otras formas de conservación para el invierno. Y meses de disfrute. No es casual que cuando una famosa marca de patatas fritas buscó “el sabor de Rusia”, el ganador fuera “hongos con crema agria”. Ese es, precisamente, el sabor de Rusia.