5 razones por las que los rusos aman la pesca
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1. La belleza de la naturaleza
“La acedera dulce nos azotaba el pecho. La pulmonaria olía tan intensamente que la luz del sol que inundaba las extensiones de Riazán parecía miel líquida. Respirábamos el aire cálido de la hierba, zumbaban fuerte los abejorros a nuestro alrededor y los grillos chirriaban. Las hojas de los sauces centenarios crujían sobre nuestras cabezas como una plata opaca. Del Proria llegaba el olor de los nenúfares y del agua limpia y fría”, escribió Konstantín Paustovski en su relato La tenca dorada. No solo adoraba la naturaleza y la describía con detalle, sino que también era aficionado a la pesca, como se menciona en muchas de sus obras.
Incluso si no tienes el don de describir lo que ves como Paustovski, nada te impide buscar nuevos paisajes, admirarlos mientras pescas y tomar hermosas fotografías.
2. Meditación
“Cualquier persona que pase al menos un día con una caña en un río o lago, si respira el aroma de las flores hasta saciarse, escucha el canto de los pájaros y el croar de las grullas, ve el brillo bronceado o plateado de un pez grande en las aguas oscuras y, finalmente, siente su carrera elástica sobre la línea más fina y tensa, recordará ese día durante mucho tiempo como uno de los más felices de su vida”, continúa Paustovski en la misma obra.
Y es que la pesca no es solo saber elegir el lugar adecuado, estudiar los hábitos de los peces y preparar el cebo, sino también, si se quiere, una forma de meditación, una oportunidad de alejarse del ruido y del ajetreo.
El dramaturgo Alexánder Ostrovski, por ejemplo, también era un pescador entusiasta y creaba los argumentos de sus obras mientras pescaba, desarrollando personajes que luego anotaba en un cuaderno especial para no olvidarlos.
3. Pasión
Antón Chéjov confesó una vez: “No me des pan, solo déjame sentarme con una caña… ¡y, Dios mío, qué placer es ese! Pescas un lota o algún tipo de cacho, como si cada pez tuviera su propia inteligencia: a uno lo atrapas con cebo vivo, a otro con lombriz, a un tercero con rana o saltamontes. ¡Hay que entenderlo!”
Y cuántas obras describen la escena del pescador que ve cómo pica el pez, lo engancha, pero se le escapa. O intenta agarrar uno que ya casi está atrapado, pero un coletazo y se va, llevándose el anzuelo y parte del sedal. Por cierto, las exageraciones de los pescadores no son muy distintas de las historias de cazadores, y miden sus capturas con el mismo orgullo.
4. La captura
“He estado pescando toda la mañana. Reviso las redes colocadas la noche anterior cruzando el río. Al principio, los anzuelos están vacíos: todos los cebos se los han comido las percas rufas. Pero luego, la línea se tensa, corta el agua, y aparece un destello plateado en las profundidades: es una brema plana que ha mordido el anzuelo. Detrás de ella, va una perca gorda y terca, luego un lucio pequeño con ojos amarillos penetrantes. El pez que se saca parece helado…”
Pocos pueden competir con Paustovski al describir los placeres de la pesca. Quizá Émile Zola, en El vientre de París, describe con igual naturalidad los puestos de pescado del mercado. El pescado de río puede no ser el más fácil de cocinar (tiene muchas espinas, puede saber a barro), pero es más dulce que el de mar, y cualquiera puede atraparlo.
5. Picnic en compañía
Este formato no se trata tanto de soledad y pesca en sí, sino de camaradería masculina, diversión, conversación, vínculos y abundantes brindis en plena naturaleza entre personas afines. Muchos pescadores rusos eligen esta forma de pescar, razón por la cual se hizo incluso una película popular llamada Las peculiaridades de la pesca nacional (1998).